«Concilio Vaticano II»
El «Concilio Vaticano II» fue un «conciliabulo» que se inauguró el 11 de octubre de 1962 y concluyó el 8 de diciembre de 1965.
Fue Roncalli quien anunció que iba a celebrar un «Concilio Ecuménico», 4 meses después de usurpar la Sede de Pedro el 25 de enero de 1959. El «Concilio» constó de cuatro sesiones: la primera de ellas fue presidida por el mismo Roncalli en el otoño de 1962. Él no pudo concluir este «concilio» ya que falleció un año después, (el 3 de junio de 1963). Las otras tres sesiones fueron convocadas, presididas y aprobadas todas por su sucesor, Montini, hasta su clausura el 8 de diciembre de 1965.
«El Vaticano II» fue un «concilio» que constituyó una revolución contra los 2000 años de enseñanza y tradición católica. Como veremos, el «Vaticano II» contiene varias herejías que fueron directamente condenadas por los papas y concilios del pasado.
«El Vaticano II» se propuso dar a los católicos una nueva religión. En el período siguiente al «Vaticano II», se impulsaron masivos cambios en todos los ámbitos de la Fe Católica, incluyendo la implementación de una «nueva misa» en 1969, partiendo de los textos conciliares sobre la reforma litúrgica.
El «Vaticano II» no fue un concilio general o ecuménico de la Iglesia Católica porque, como veremos en detalle en secciones posteriores, fue convocado y confirmado por herejes manifiestos («Juan XXIII» y «Pablo VI»), que no fueron elegibles para la elección papal (véase la Constitución Apostólica «Cum ex apostolatus» del Papa Pablo IV expuesta más abajo).
Los frutos del «Concilio Vaticano II».
Comparativamente, fue el «concilio» que contó con mayor y más diversa representación de lenguas, razas y etnias, con una media de asistencia de unos dos mil padres conciliares procedentes de todas las partes del mundo. Asistieron además miembros no católicos.
Vayamos por partes. Está aceptada generalmente la idea, que se tiene como algo de sentido común, de que si toda la Iglesia acepta la elección de un papa sin una palabra en contra, sin levantar sospechas entre los electores del cónclave, la elección es válida. Pero esto no es un dogma.
De hecho, la bula “Cum ex apostolatus” del Papa Pablo IV, define que este reconocimiento general no tiene valor alguno si se descubre que el elegido, ANTES de su elección, se había apartado de la Fe católica [por la herejía]. Entonces, el cónclave que lo eligió, aunque tuviera el voto unánime de los cardenales, debe considerarse nulo, como si no hubiese sucedido, dando lugar a la nulidad de los elegidos al cargo.
Fueron unos «Obispos» desviados en la Fe, ocultamente, los que lograron engañar a los cardenales electores bajo una máscara de hombres patentemente fieles, que no se habían desviado por herejías (como la del modernismo, o por las de las sectas masónicas).
Este tipo de “papa” podría y puede engañar a los cardenales y a la generalidad de los católicos durante el periodo de tiempo que se quiera, pero no engaña al Dios Nuestro Señor, de quien proviene la autoridad pontificia, de quien jamás la obtuvieron. Basta entonces, con observar su trabajo de demolición de la Iglesia, continuándolo y ampliándolo.
Acaba de aparecer en Roma un libro sobre “papas” elegidos de esta manera. Un libro ‘sui generis’, ya que contiene una colección de escritos, que destruyen la certeza que se tiene generalmente, de la legitimidad de los “Papas conciliares”: “La Iglesia traicionada – destrucción de la Fe Latina”, de Michele Arcangelo, publicado por BastogiLibri (editorial esotérico-masónica). En el libro se reproducen páginas de otros libros, como el conocido “Nichitaroncalli – Controvita de un Papa,” de Franco Bellegrandi.
Puesto que el asunto de este nuevo libro es la mayor traición a la Iglesia, que se perpetúa hoy día entre la apatía general, hablamos de él aquí, retornando una vez más a la aterradora realidad del criminal intento para corromper la Fe, ejecutada en el Vaticano desde la ocupación de Roncalli, seguida de la de Montini.
UN TESTIMONIO DE VITAL IMPORTANCIA SOBRE UN GRAN CRIMEN
El Cerdenal Tisserant, relata cómo en las últimas semanas de la enfermedad de Pío XII, algunos altos cargos del Vaticano habían comenzado a desobedecerle abiertamente. E incluso afirma, cómo la monja alemana empleada en el servicio personal del Papa, la inolvidable Madre Pasqualina, nacida Josephine Lenhert de Einsberg, tuvo que sufrir la indignidad extrema por parte de los enemigos del Papa Pacelli, Pío XII, que entoces estaba agonizando.
A la monja que había salido corriendo del Vaticano para abastecerse de cosas para el Papa, se le negó un coche oficial para volver lo más pronto posible a Castel Gandolfo, a la cabecera del Sumo Pontífice moribundo.
El eruditísimo cardenal francés, Decano del Sacro Colegio, Bibliotecario y Archivero de la Santa Iglesia Romana, destacaba entre los demás cardenales, por tener una personalidad “hecha de una pieza”. Era respetado y temido en el Vaticano por dos razones específicas: su franqueza tajante en exponer ante cualquiera, claramente, sus puntos de vista sin dejar espacio a cuaquier duda, y por el hecho de conocer una serie de secretos “incómodos”, en relación con el pasado de muchos funcionarios del Vaticano. De hecho, el antiguo oficial francés ahora Cardenal Tisserant, poseía un vasto archivo, constantemente actualizado y enriquecido, con documentos de gran valor histórico y, a menudo explosivos, hábil y meticulosamente ordenados, que cubrían casi medio siglo de su actividad al servicio de la Santa Sede. Por ello, el cardenal, conocía uno a uno, cuáles eran los enemigos de Pío XII y del “Pacellismo”.
En su archivo estaba documentado, por ejemplo, el “credo” del entonces marxista monseñor Giovanni Battista Montini, “sostituto” de la Secretaría de Estado de Pío XII.
Giovanni Battista Montini nacido el 26 de septiembre de 1897 en Concesio (BS) de Giuditta Montini Alghisi y Giorgio. El padre se convirtió en un exponente del nuevo Partido Popular Italiano (en el olor de la modernidad), fundado por don Luigi Sturzo, Yves Chiron, la madre pertenecía a una familia de ascendencia judía del linaje Litvak y de masones, por lo que en la tumba familiar, donde están enterrados los padres de Montini, en Alghisi Verolavecchia, cementerio en la provincia de Brescia, se pueden notar vistosos símbolos masónicos.
El joven Padre Montini, mostraba aversión por las devociones marianas, particularmente por el Rosario. El dijo que prefería un enfoque más Cristocéntrico que Mariológico.
Montini mantenía una estrecha amistad, desde 1945, con el secretario del partido comunista italiano Palmiro Togliatti, que entonces acababa de regresar a Italia desde la Unión Soviética. Ignorante de todo ello, Monseñor Giuseppe De Luca, distinguido latinista, que compartía con el líder marxista su amor por los clásicos italianos, lo cual dió origen a la peligrosa amistad, fue para Togliatti el primer éxito, inesperado, conquistado sin mover un dedo, en territorio italiano, una vez liquidado el fascismo. Muy pronto, aquella secreta alianza entre el diablo y el agua bendita maduraría y daría fruto. A través de los círculos protestantes de la Universidad de Uppsala y sus vínculos con la ortodoxia rusa, el Sustituto de la Secretaría de Estado de Pío XII había hecho saber al Kremlin que “la orientación política del papa Pacelli no era la de toda la Iglesia y que no todos en el Vaticano la aprobaban para el futuro”. Estas secretísimas iniciativas de Giovanni Battista Montini no escaparon, sin embargo, al entonces monseñor Tardini. No por casualidad entre los dos prelados de temperamentos opuestos – el primero racionalmente ambiguo, y el segundo extrovertido y abierto- nunca mantuvieron buenas relaciones. En el archivo del cardenal Tisserant, junto con otros documentos importantes del delicado “asunto”, constaban los informes secretos enviados a Pío XII por el arzobispo de Riga, en los que se describen, con amplia documentación, los contactos que Giovanni Battista Montini tenía, sin conocimiento del Papa, con emisarios de la Unión Soviética y de sus estados satélites, y los candentes resultados de la investigación secreta confiada por Pío XII a un oficial de los servicios secretos franceses. Pío XII logró hacerse con una colección de cartas atribuídas a Montini que indicaban a la KGB – la policía secreta soviética – los nombres y los movimientos de los sacerdotes, en su mayoría jesuitas, que, en aquellos años clandestinamente ejercían su ministerio en los países comunistas oprimidos por la persecución religiosa.
“Ese oficial le dirá más tarde al escritor francés Pierre de Virion que” …se sorprendió cuando puso sus ojos en esas cartas delatorias, escritas en papel con membrete de la Secretaría de Estado de Su Santidad. Tan pronto como Pío XII pudo leer esas cartas cayó desvanecido. Tuvo que guardar cama durante varios días, ordenando la partida inmediata de Montini a Milán, la primera diócesis vacante que halló a mano en ese momento de angustia terrible. El futuro «Pablo VI» dejó así en una hora su cargo en el Vaticano que se equiparaba, de hecho, con el de Secretario de Estado. En realidad, Pío XII había dejado vacante ese puesto, tras la muerte en 1944 del cardenal Maglione.
Perre Virion confió el incidente a la vaticanista Gabriella de Montemayor que se encontraba en Roma en junio de 1974, quien recibirá una confirmación por parte de un magistrado romano de alto nivel, el Dr. Giulio Lenti a su vez informado por Mons. Domenico Tardini a quien estaba ligado por una antigua amistad. De hecho, Mons. Tardini fue convocado inmediatamente por el papa Pacelli conmocionado por esa revelación. El secretario del cardenal Tisserant, monseñor Georges Roche, narró el episodio en su libro “Pie XII devant l’histoire”, publicado por Laffont en París.
“Montini, el futuro «Pablo VI» …” Dejó atrás Roma y el gran dolor infligido al corazón del Papa, y llegó a Milán respetando la antigua norma del Vaticano ” promoveatur ut removeatur” Sucedió a finales del otoño de 1954.
Para obtener el codiciado “Capelo” cardenalicio, el hamletiano monseñor tendría que esperar al día de la usurpación al trono pontificio de su antecesor Roncalli para que este fuera su sucesor. Y así los modernistas poder elegirlo «Papa».
Treinta y ocho años después, Antonio Spinola escribió en “Pío XII, el último Papa” (el Scie Mondadori, octubre de 1992 p.357, 358): “Al acabar 1954, el Papa nombró a Montini arzobispo de Milán. ¿Había querido alejarlo de sí? En agosto había muerto en la capital lombarda el cardenal benedictino Schuster, poseedor de la Arquidiócesis de San Ambrosio y ya al comienzo de noviembre el pontífice la había sustituído con… Montini. Este no estaba contento, y de hecho se había mostrado a un amigo como perdido, el Camaldulense padre Anselmo Giabbani, con quien se encontró en por aquellos días, con un “semblante” cambiado como testificó el monje. Incluso su voz era diferente, y los gestos menos expresivos “. Se hablaba de un verdadero exilio infligido al monseñor que se había atrevido a “traicionar” – el término era muy fuerte – la batalla contra el comunismo, así como la batalla anti-socialista de Pacelli.
Sor Pasqualina había visto llorar al papa, decepcionado por la actitud aperturista de Montini. El Monseñor ya había atraído la atención del pro-secretario del Santo Oficio, el cardenal Ottaviani, cabecilla junto con Geddah. de los que acusaban a Montini de conspirar con Fanfani y aspirar a la implantación de la Democracia cristiana independiente del Vaticano. Incluso se decía que el monseñor había asistido a algunas misas negras. Fue el padre Lombardi el que lo notificó al Papa.
Mons. Giovanni Battista Montini fue homosexual, (con antecedentes en la policía de Milán desde 1926) y se mantuvo así hasta al final de su vida. En 1958, el Card. Pietro Palazzini, envió una carta a Pio XII con los nombres de los amantes homosexuales de «Pablo VI».
Mons. Montini por este vicio impuro contra la naturaleza fue a menudo chantajeado por personas privadas, servicios secretos.
HERRORES HERÉTICOS EN EL DISCURSO DE INAUGURACIÓN Y EN EL MENSAJE A EL MUNDO
DISCURSO DE INAUGURACIÓN
El célebre discurso de inauguración de «Juan XXIII» contiene errores doctrinales verdaderos y propios y hereticos, además de diversas profecías desmentidas ruidosamente por los hechos («En el presente orden de cosas, en el cual parece apreciarse un orden nuevo de relaciones humanas, es preciso reconocer los arcanos designios de la Providencia divina…»).
1. ERROR HERÉTICO: UNA CONCEPCION MUTILADA DEL MAGISTERIO
Radica en la increíble afirmación, repetida por «Pablo VI» en el discurso de inauguración de la 2ª sesión del «concilio», el 29 de septiembre de 1963, según la cual la Santa Iglesia renuncia a condenar los errores: «Siempre se opuso la Iglesia a estos errores [las opiniones falsas de los hombres;]. Frecuentemente los condenó con la mayor severidad. En nuestro tiempo, sin embargo, la Esposa de Cristo prefiere usar de la medicina de la misericordia más que de la severidad. Piensa que hay que remediar a los necesitados mostrándoles la validez de su doctrina sagrada más que condenándolos».
El «Papa» Roncalli faltaba a sus deberes de vicario de Cristo con esta renuncia a usar de su supuesta autoridad, que procedía de Dios, para defender el depósito de la Fe y ayudar a las almas condenando los errores que acechan su salvación eterna.
En efecto, la condena del error es esencial para la preservación del depósito de la Fe (lo cual constituye el primer deber del Pontífice), dado que confirma a fortiori la doctrina sana, demostrando su eficacia con una aplicación puntual.
Además, la condena del error es necesaria desde el punto de vista pastoral, porque sostiene a los fieles, tanto a los cultos como a los menos cultos, con la autoridad inigualable del magisterio, de la cual pueden revestirse para defenderse del error, cuya “lógica” es siempre más astuta y más sutil que ellos. No sólo eso: la condena del error puede inducir a reflexionar al que yerra, poniéndolo frente a la verdadera sustancia de su pensamiento; como siempre se ha dicho, la condena del error es obra de misericordiosa ex sese.
Sostener que esta condena no debe tener ya lugar significa propugnar, por un lado, una concepción mutilada del magisterio de la Iglesia; por el otro, sustituir el diálogo con el que yerra, que la Iglesia siempre ha procurado, por el diálogo con el error. Todo ello configura un error doctrinal, que en el texto susomentado de «Juan XXIII» se manifiesta en el peligroso puesto que tocan sus ideas al final, donde parece latir el pensamiento de que la demostración de la “validez de la doctrina” es incompatible con la “renovación de las condenas”, como si tal validez hubiera de imponerse únicamente gracias a la fuerza de su propia lógica interna.
Pero si fuera así, la Fe no sería ya un don de Dios y no necesitaría, ni de la gracia para llegar a ser y fortalecerse, ni del ejercicio del principio de autoridad –encarnado por la Iglesia católica– para sostenerse.
Y aquí es donde radica propiamente la herejía que se esconde en la frase de Roncalli: una forma de pelagianismo, característico de toda concepción racionalista de la Fe, condenada en multitud de veces por el magisterio.
La demostración de la validez de la doctrina y la condena de los errores se han implicado siempre necesaria y recíprocamente en la historia de la Iglesia. Y las condenas fulminaban no sólo las herejías y los errores teológicos en sentido estricto, sino, además y de manera implacable, toda concepción del mundo que no fuese cristiana (no tan solo las contrarias a la Fe, sino también las distintas de ella, religiosas o no, por poco que lo fuesen), porque, al decir de nuestro Señor, “quien no recoge conmigo, dispersa” (Mt 12, 30).
La heterodoxa toma de posición de «Juan XXIII», mantenida por el «concilio» y el postconcilio hasta hoy, derrocó por tierra –se nota ya en los textos conciliares– la típica y férrea armazón conceptual de la Iglesia, muy entrañada otrora hasta por sus enemigos, algunos de los cuales incluso la apreciaban sinceramente: «El sello intelectual de la Iglesia es, en esencia, el rigor inflexible con que se tratan los conceptos y los juicios de valor como consolidados, como eternos» (Nietzche).
2. ERROR HERÉTICO: LA CONTAMINACION DE LA DOCTRINA CATOLICA CON EL “PENSAMIENTO MODERNO”, INTRINSECAMENTE ANTICATOLICO.
La otra conocidísima y gravísima herejía de «Juan XXIII», repetida por él a los cardenales el 13 de enero de 1963, en el discurso del día de su cumpleaños, se relaciona con la renuncia pregonada a herir el error, con dicha abdicación inaudita:
«el espíritu cristiano, católico y apostólico de todos espera que se dé un paso adelante hacia una penetración doctrinal y una formación de las conciencias que esté en correspondencia más perfecta con la fidelidad a la auténtica doctrina, estudiando ésta y poniéndola en conformidad con los métodos de la investigación y con la expresión literaria que exigen los métodos actuales. Una cosa es la sustancia del depositum fidei, es decir, de las verdades que contiene nuestra venerada doctrina, y otra la manera como se expresa; y de ello ha de tenerse gran cuenta, con paciencia, si fuese necesario, ateniéndose a las normas y exigencias de un magisterio de carácter prevalentemente pastoral».
Estos conceptos heréticos los repitió expresamente el concilio en el decreto Unitatis Redintegratio sobre el ecumenismo.
El principio, otrora formulado por los liberales y los modernistas, según el cual la doctrina antigua debía revestirse de una forma nueva sacada del “pensamiento moderno”, había sido ya condenado expresamente por san Pío X (Pascendi 1907, § II, c; decreto Lamentabili, nn. 63 y 64: Denzinger 2064-5/ 3464-5) y por Pío XII (Humani Generis, AAS 1950, 565-566).
De ahí que Roncalli propusiera una doctrina ya condenada formalmente como herética por sus predecesores (en cuanto característica de la herejía modernista).
En efecto, no es posible aplicar a la doctrina católica las categorías del “pensamiento moderno”, el cual niega a priori, en todas sus formas, la existencia de una verdad absoluta, y para el cual todo es relativo al Hombre, único valor absoluto que reconoce, al que diviniza en todas sus manifestaciones (desde el instinto a la “conciencia de sí”); se trata, pues, de un pensamiento intrínsecamente opuesto a todas las verdades fundamentales del cristianismo, comenzando por la idea de un Dios creador, de un Dios viviente, que se reveló y encarnó, y terminando por el modo de entender la ética y la política.
Al proponer tamaña herejía, «Juan XXIII» se revelaba discípulo del “método” de la Nouvelle Théologie neomodernista, condenada antaño por el magisterio.
Si al «concilio» le hubiese preocupado de veras la satisfacción de las necesidades de los tiempos, referidas a la misión salvífica de la Iglesia católica, habría debido investigar a fondo las condenas del pensamiento moderno que los Papas habían formulado en el pasado (desde Pío IX a Pío XII), en lugar de encarecer que la doctrina “auténtica” y “antigua” se “estudiara y expresara” en función del dicho pensamiento moderno.
3. ERROR HERÉTICO: EL FIN DE LA IGLESIA ES LA “UNIDAD DEL GÉNERO HUMANO”
La tercera herejía estriba en la erección de la unidad del género humano en fin propio de la Iglesia:
«Venerables hermanos: esto es lo que se propone el «Concilio Ecuménico Vaticano II», el cual, mientras agrupa las mejores energías de la Iglesia y se esfuerza en hacer que los hombres acojan con mayor solicitud el anuncio de la salvación, prepara y consolida ese camino hacia la unidad del género humano, que constituye el fundamento necesario para que la ciudad terrenal se organice a semejanza de la ciudad celeste, en la que, según san Agustín, reina la verdad, dicta la ley de la caridad y cuyas fronteras son la eternidad (cf. S. Agustín, Epist. 138, 3)».
A la “unidad del género humano” se la considera aquí el fundamento necesario (párese mientras en el adjetivo “necesario”) para que la “ciudad terrestre” se asemeje cada vez más a la “celeste”; pero lo cierto es que nunca se había enseñado en el pasado que la expansión de la Iglesia en este mundo necesitara de dicho fundamento, tanto más cuanto que la consecución de la unidad del género humano –unidad afirmada simpliciter por el «Papa»– es una idea-guía de la filosofía de la historia elaborada por el pensamiento laicista a partir del siglo XVIII, una componente esencial de la religión de la Humanidad, no de la religión católica.
El error consiste aquí en mezclar la visión católica con una idea ajena a ella tomada del pensamiento laicista, que la niega y contradice ex sese, puesto que el pensamiento en cuestión no aspira ciertamente a extender el reino de Dios (es decir, la parte de éste visible en la tierra o Iglesia militante), sino que anhela suplantar a la propia Iglesia por la Humanidad, convencido como está de la dignidad del hombre en cuanto hombre (porque no cree en el dogma del pecado original) y de sus presuntos “derechos”.
Así que los efectos deletéreos de la negativa a condenar los errores del siglo se hicieron sentir también, como por una especie de némesis, en el discurso que la propuso, visto que éste contiene con certeza uno de los errores heretícos del sigl, por lo menos en compañía de otros dos, más propiamente teológicos.
3 No falta ni siquiera el consabido fervorino, presentando el «Concilio» como fruto repentino de una súbita iluminación del Espíritu Santo, cuando consta que sabía perfectamente, al menos cuatro años antes de ser elegido, que su principal tarea sería la convocación del «Concilio» soñado por los grandes iniciados desde hacía más de un siglo con el fin de poner a la Iglesia en consonancia con la mentalidad moderna.
4 Luego sigue con un alarde de optimismo por demás desbordante, puesto que apartando de un revés todas las admoniciones de los mejores, e incluso de la misma Santísima Virgen, cuyo secreto de Fátima había podido leer dos años antes, pronuncia categóricamente una de las pocas condenas de este atípico «Concilio», dirigiéndola no hacia los numerosísimos enemigos alojados en el propio seno de la Iglesia, sino hacia sus denunciadores, a los que llama profetas de calamidades, ignorantes reaccionarios que no han entendido nada de la historia ni de su propio tiempo.
Más aún, tiene la suprema impudencia de atribuir a la Providencia el haber propiciado las luciferianas condiciones que hacían posible vislumbrar la instauración del Nuevo Orden Mundial que hoy nos amenaza con la ruina universal. Pretende convencernos de que las sucesivas revoluciones que han despojado a la Iglesia de toda influencia y protección de los poderes temporales ha sido una bendición, porque la habría hecho mucho más libre, cuando lo cierto es que tanto el sano sentido común como la voz de los Papas de estos dos últimos siglos siempre han condenado esa afirmación, afirmando como san Pío X que les parecía estar viviendo los prolegómenos de los tiempos del Anticristo.
La terrible situación de las cristiandades bajo la bota comunista no parecen sino un daño colateral insignificante y pasajero, frente a la perfecta libertad y serenidad aportadas a la Iglesia por ese mismo mundo moderno al que se van a dirigir.
5 y 6 Aquí, vuelta a la misma estrategia que hemos visto antes: Primero se recuerda la doctrina tradicional, para mejor traicionarla más tarde: Doctrina perenne sí, PERO…
Supone conocida y asimilada la doctrina tradicional, cuando las mismas respuestas de obispos y teólogos en los cuestionarios previos a la asamblea evidencian lo lejos que estaban los pastores y doctores del rebaño de esa idílica situación.
Ahora viene el pasaje central y principal de toda la alocución:
Para eso no era necesario un Concilio. Sin embargo, de la adhesión renovada, serena y tranquila, a todas las enseñanzas de la Iglesia, en su integridad y precisión, tal como resplandecen principalmente en las actas conciliares de Trento y del Vaticano I, el espíritu cristiano y católico del mundo entero espera que se de un paso adelante hacia una penetración doctrinal y una formación de las conciencias que esté en correspondencia más perfecta con la fidelidad a la auténtica doctrina, estudiando ésta y exponiéndola a través de las formas de investigación y de las fórmulas literarias del pensamiento moderno. Una cosa es la substancia de la antigua doctrina, del “depositum fidei”, y otra la manera de formular su expresión; y de ello ha de tenerse gran cuenta -con paciencia, si necesario fuese- ateniéndose a las normas y exigencias de un magisterio de carácter predominantemente pastoral.
Sólo la discusión de esa frase y de todo lo que ella implica ya hubiera necesitado de una cuidadosísima reflexión filosófica y teológica, previa a la convocatoria de cualquier asamblea conciliar, incluso en las mejores condiciones para su desarrollo.
Porque ello significa nada más y nada menos que introducir en el Sancta Sanctorum de la racionalidad humana iluminada por la sobrenaturaleza de la Fe un principio subversivo radicalmente contrario, elaborado precisamente con el fin de actuar a modo de caballo de Troya, de verdadero virus informático, que bajo excusa de mejor comprensión y exposición de la doctrina perenne, la va a cambiar radical y sustancialmente. Así como la luz no toma prestadas las galas de la oscuridad para manifestarse a los ojos de los ciegos, sobre todo si son voluntarios, tampoco podía la doctrina católica renunciar a la estructura profunda y al revestimiento lingüístico divinamente proporcionado por la Iglesia a través de los siglos, para ponerse a pensar con los instrumentos lógicos, filosóficos y teológicos elaborados en los mismos infiernos, propagados por la anti-Iglesia desarrollada en los últimos siglos, con el fin de sustituirlos.
Esa es la razón por la que el Syllabus de Pío IX negaba que pudiera existir cualquier posibilidad de reconciliación entre la Iglesia y civilización cristiana, y su luciferiana inversión, la civilización moderna, inspirada por la contra-Iglesia, esto es la Masonería o Sinagoga de Satanás.
Que la intención de «Juan XXIII», y por ende, el espíritu del «Concilio», no era en modo alguno salvaguardar intocada la doctrina perenne, lo evidencia un hecho bien averiguado: Cuando el P. Luigi Ciappi, Maestro del Sacro Palacio, es decir, el teólogo personal del Papa, y responsable de la ortodoxia escrupulosa de todo lo que sale de sus oficinas, revisó el discurso, añadió lo que a él le pareció la cita más propia y lógica:
El texto latino oficial quedaba así:
Est enim aliud ipsum depositum Fidei, seu veritates, quae veneranda doctrina nostra continentur, aliud modus, quo eaedem enuntiantur, eodem tamen sensu eademque sententia.
El «eodem sensu eademque sententiae» de San Vicente de Lérins, es decir, la exigencia de que la doctrina siempre conservara el mismo significado y también siguirá utilizando las mismas expresiones lingüísticas consagradas por la Tradición y el Magisterio de la Iglesia.
El «Papa» sabía perfectamente lo que significaba, la suma importancia que tenía en ese preciso contexto, y que por esa razón había sido utilizado por el Concilio Vaticano I, y sin embargo, lo omitió, lo dejó sin leer, y dio orden para que tampoco apareciera en la versión escrita oficial publicada al día siguiente por el Osservatore Romano.
Había engañado a los cardenales Ottaviani y Cigognani, a quiénes había llegado el texto, dándoles todo tipo de seguridades para calmar las ansiedades que les despertaba el texto, pero al día siguiente, los dejó estupefactos, como pudieron atestiguar los que se sentaban en frente suyo en el aula conciliar.
Comienzan las labores de los Padres Conciliares
La primera tarea fue la elección de los miembros de las comisiones. Posteriormente comenzó la discusión del esquema sobre la liturgia (De sacra liturgia que luego se conocerá con el nombre de Constitución Dogmática Sacrosanctum concilium). Los trabajos sobre este tema se prolongaron hasta el 14 de noviembre en que se hizo una primera votación exploratoria. El texto fue ampliamente aprobado (2162 placet contra 46 non placet). Ese mismo día, se presentó en aula el esquema De fontibus revelationis, sobre la Divina Revelación que daría posteriormente lugar a la Constitución Dogmática Dei Verbum.
El 23 de noviembre se entregó a los padres conciliares dos esquemas para su estudio antes de la discusión en aula: era el De Ecclesia (luego la Constitución Dogmática Lumen Gentium) y un apéndice con un esquema sobre la Virgen María (De beata Maria Virgine). Ese mismo día se comienza a discutir la constitución sobre los medios de comunicación social (que luego será el decreto Inter mirifica). Para el 27 de noviembre inició la discusión del esquema sobre la unidad de los cristianos, Ut omnes sint.
El 1 de diciembre se comenzó a discutir el esquema De ecclesia. El debate no dio resultados y las discusiones se concluyen el 7 de diciembre, víspera de la clausura de la primera sesión conciliar.
Unos días antes, tanto el cardenal belga Leo Jozef Suenens como el cardenal italiano Giovanni Montini habían intervenido en aula solicitando una dirección más clara para el «concilio» y proponiendo para ello una visión eclesiológica: se trataría de la Iglesia ad intra y ad extra y esta temática podría dar unidad y finalidad a los trabajos. Esto dejaba al documento De ecclesia como el más importante y programático del «concilio».
COSTÓ MILLONES HACER DESAPARECER ESTE TESTIMONIO DE VITAL IMPORTANCIA
“El Nuevo Vaticano, por supuesto trató por todos los medios para hacerse con la colección de documentos. Acorralado, el cardenal Tisserant tuvo que entregar su valioso archivo, pero no sin antes haberlo hecho fotocopiar por su secretario, el abad Georges Roche. Durante años después de la muerte de Mons.Tisserant, el Vaticano luchó en vano con Roche y la nieta del fallecido cardenal para poder comprar, a peso de oro, las incómodas copias duplicadas que circulaban por todo el mundo. Por último, el magnate cementero Carlo Pesenti, que había logrado comprar a Roche por 450 millones de libras al valioso archivo, lo vendió al Vaticano, mediando Mons. Benelli, a cambio de un préstamo de 50 mil millones de francos suizos. En realidad Pesenti lo necesitaba en aquella ocasión para sanear su grupo de bancario y para la compra de dos entidades de crédito en Mónaco y Monte Carlo, necesitaba préstamos en moneda extranjera dados por el Instituto para las Obras de la Religión (Mons. Marcinkus Mons. De Bonis, los Dres. Strobel). Pesenti podría así tener esta institución del VATICANO como garantía o fideicomiso de este crédito y ganar dinero con la diferencia entre la tasa de cambio oficial y el tipo de cambio “Negro”. Así pues, el frente antipacelliano, progresista y defensor del “diálogo” y de la “apertura”, era ya una consistente y desconcertante fuerza , algunos años antes de la muerte de Pío XII».
El libro de Bellegrandi añade una información en la página 56-7, del mismo Cardenal, de suma importancia para aclarar la duda puesta al principio del artículo, crucial para reconocer la elección pontificia inválida debido a que Roncalli era Masón:
“Al menos en Roma, en los círculos bien informados se sabían los nombres de los cardenales masones. Un sacerdote amigo, Don Enrico Pompilio, capellán militar con el rango de mayor en el arma de carabineros, me confió que había recibido una revelación muy seria de un monseñor francés, reconocido conferenciante con quien se había encontrado en un congreso, sobre la muerte repentina, trágica y escandalosa del cardenal Jean Danielou. Como se sabe el cardenal francés, famoso por su erudición, fue encontrado muerto en París, en el apartamento de una joven bailarina. Ellos nunca aclararon el fondo de esa muerte. Pues bien, el monseñor francés reveló a monseñor Don Pompilio con quien estaba unido por una antigua amistad, que el cardenal Daniélou fue eliminado física y moralmente, por la masonería porque estaba a punto de dar a conocer la lista de todos los cardenales eminentes afiliadas a la secta masónica».
Carlos Vázquez Rangel, quien fuera Gran Comendador del Supremo Consejo de la Masonería Mexicana, reveló hace 25 años, en una entrevista al semanario izquierdista Proceso, que en el minúsculo Estado Vaticano convivían cuatro diferentes logias masónicas. Afirma que Angello Roncalli y Giovani Montini fueron iniciados en la Gran Logia de París, el mismo día, alcanzando el grado 33, y que “algunos de los altos funcionarios de el Vaticano son masones del Rito Escocés, pero trabajan en forma independiente, realizan sus labores a través de las logias, SECRETAMENTE”.
Roncalli para la masonería debería ser un peón. No parece una casualidad que dos años después de su «elección» al «papado» en 1960, promoviera una serie de estudios sobre la iniciación a las sociedades esotéricas y sus relaciones con la Iglesia. Era el inicio de un proceso que conduciría a la eliminación de la excomunión contra la masonería. Una muestra de ello era que Roncalli, sabía sería «elegido Papa».
Hoy en día, después de muchos años de distancia de aquel cónclave, ante la aceleración progresiva del derrumbe de las estructuras milenarias de la Iglesia impreso por el «Vaticano II», alguien decidió revelar documentos importantes que lo prueban. Una de ellas es la carta del cardenal Eugenio Tisserant a un profesor de derecho canónico, en la que el cardenal francés declara ilegítima la elección de «Juan XXIII», precisamente porque fue “querída ” y “preparada” por fuerzas “extrañas” al Espíritu Santo. (Ver. “La vida” de 18 de septiembre, 1977 pág. 44.
Angelo Giuseppe Roncalli, el hombre que convocaría este desastre, fué el cuarto de trece hijos. Nace en 1881, en una aldea de Italia en una familia de campesinos. De ascendencia judía, por parte de padre, del linaje de Tauber. Montini y Roncalli ,entre otras, cosas tenían en común que eran unos pérfidos judíos.
En la biografía de Lawrence Elliot titulada I Will Be Called John: Una biografía del Papa John XXIII , [Reader’s Digest Press, 1973] se registra que desde 1914, Roncalli fue acusado de modernismo cuando era profesor en el seminario de Bérgamo, esto quedo archivado en el Santo Oficio. El Cardenal De Lai, Secretario de la Congregación de Seminarios, reprendió formalmente a Roncalli, diciendo: “De acuerdo con la información que he recibido, he sabido que ud. había sido lector [habitual] de Duchesne [autor de un trabajo de tres volúmenes colocado en el Índice de Libros prohibidos por su enseñanza de principios modernistas y otros autores rechazables y que en ciertas ocasiones usted se mostró favorable a esa escuela de pensamiento que tiende a vaciar el valor de la tradición y la autoridad del pasado, corriente peligrosa que conduce a consecuencias fatales.» (pág. 59). Durante diez años (1905-1915), Roncalli fue secretario del obispo Radini Tedeschi, simpatizante del modernismo. Roncalli lo describe así: “Su ardiente elocuencia, sus innumerables proyectos y su extraordinaria actividad personal podrían haber dado la impresión a muchos, al principio, de que tenía en mente los cambios más radicales y que se sentía empujado por el único deseo de innovar… [Tedeshi] se preocupó menos por llevar a cabo reformas que por mantener las gloriosas tradiciones de su diócesis y por interpretarlas en armonía con las nuevas condiciones y las nuevas necesidades de los tiempos “. (Véase Leroux, Juan XXIII: Iniciador de los Cambios , pág. 10) : el obispo Tedeschi quería “actualizar” las tradiciones reinterpretándolas con las “necesidades de los tiempos”.
Fué trasladado a Bulgaria como visitador Apostólico (1925-1935), decisión que tomó Pio XI ante su simpatía por el modernismo. Posteriormente fué Consagrado Obispo en 1925 por el Cardenal Porchelli. El 12 de enero de 1953, fué nombrado Patriarca de Venecia y elevado al rango de Cardenal-sacerdote de Santa Prisca por el Papa Pio XII.
Roncalli recibió la birreta cardenalicia de manos del presidente francés Vincent Auriol en 1953 por propia insistencia.
Auriol era un socialista comprometido, de quien Roncalli dijo que era un “socialista honesto”. El Papa Pío XI había declarado: “Nadie puede ser, al mismo tiempo, un católico sincero y un verdadero socialista” (Ver Encíclica Quadragesimo Anno [1931], párr. 120).
Roncalli, durante su estancia en Bulgaria como Visitador Apostólico, conoció bien a los cismáticos orientales. Su ecumenismo herético es manifestó cuando dijo que ”Los católicos y los ortodoxos no somos enemigos, sino hermanos, tenemos la misma Fe; compartimos los mismos Sacramentos, y especialmente la Eucaristía. Estamos divididos por algunos desacuerdos con respecto a la constitución divina de la Iglesia de Jesucristo. Las personas que fueron la causa de estos desacuerdos murieron hace siglos. Abandonemos las viejas disputas y, cada uno en su propio dominio, trabajemos para hacer buenos a nuestros hermanos, dándoles un buen ejemplo. Más tarde, aunque sigamos andando por diferentes caminos, lograremos la unión entre las iglesias para formar juntas la verdadera y única Iglesia de nuestro Señor Jesucristo “. (Ver Luigi Accattoli, cuando un Papa pide perdón, Nueva York: Alba House and Daughters of St. Paul, [1998], pp. 18-19; ¿Los cismáticos comparten la misma Fe con la única Iglesia verdadera? Obviamente no. De acuerdo con Renzo Allegri (traducido del italiano original, ” El Papa, que cambió el mundo. “Testimonios de la vida privada de «Juan XXIII», pág. 66), un periodista búlgaro llamado Stefano Karadgiov declaró:” Conocí a sacerdotes católicos que se negaban a entrar en una Iglesia ortodoxa, incluso como turistas.
El Obispo Roncalli, por el contrario, siempre participó en las funciones ortodoxas, despertando el asombro y perplejidad en algunos católicos. Nunca se perdía las grandes ceremonias que se celebraban en la iglesia ortodoxa principal de Santa Sofía, se ponía en una esquina y seguía los ritos con devoción. Los cantos ortodoxos lo complacían especialmente. La importancia de que Roncalli participe activamente en un culto falso no puede ser subestimada. Participar en un culto religioso falso, de acuerdo con los canonistas y teólogos aprobados, es una manifestación de herejía y apostasía. Según el teólogo Merkelbach, la herejía externa consiste no sólo en lo que alguien dice, sino también en los dictis vel factis es decir, en los “signos, en los hechos o en la omisión de hechos ” (Merkelbach, Summa Theologiae Moralis , 1: 746;
Tampoco se trata de un informe aislado de Roncalli participando en oración con personas fuera de la Iglesia. Según John Hughes en Pontiffs: Popes Who Shaped History [Our Sunday Visitor Press, 1994], “Él [Roncalli] se convirtió en un buen amigo del Reverendo Austin Oakley, capellán de la Embajada Británica y representante personal del Arzobispo de Canterbury ante el Patriarca Ecuménico Ortodoxo. Aún más inusuales fueron las visitas de Roncalli a la capilla de Oakley, donde los dos hombres oraron juntos “. Además, según Kerry Walters en John XXIII (Una breve biografía,Franciscan Media, [2013], Roncalli proclamó una vez desde el púlpito que Jesucristo “murió para proclamar la fraternidad universal”. Pag 44.
Consideraciones preliminares
1. Un Papa que cae en la herejía, como individuo privado, pierde automáticamente su autoridad papal por la Ley Divina. Según el Doctor de la Iglesia, San Alfonso de Ligorio, “si un papa, como persona privada, cayera en herejía, caería inmediatamente del pontificado”. (Ver Verita della Fede, Pt. III, Cap. VIII, 9-10).
Según Wernz-Vidal, “a través de la herejía notoria y abiertamente divulgada, el Romano Pontífice, en caso de que cayese en herejía, por ese mismo hecho [ ipso facto ] se considera privado del poder de jurisdicción incluso antes de cualquier juicio declarativo de la Iglesia… Un papa que cae en la herejía pública dejaría de ser ipso facto miembro de la Iglesia, por lo tanto, también dejaría de ser jefe de la Iglesia (Ver Ius Canonicum. Roma: Gregoriano [1943] 2: 453 ).
2. Un hereje es incapaz por la Ley Divina de alcanzar el papado.
Según el teólogo Baldii, “Quedan impedidos de ser válidamente elegidos [papas] los siguientes: mujeres, niños que no han llegado a la edad de la razón, aquéllos que sufren de locura habitual, los no bautizados, los herejes y cismáticos…” (Ver Institutiones Iuris Canonici [1921]).
3. Si se tiene una sospecha razonable en la elección de un papa, puede ser considerado como un papa dudoso y, por lo tanto, no papa en el orden práctico.
Según el teólogo Szal, “tampoco hay ningún cisma si uno simplemente transgrede una ley papal por motivo que la considere demasiado difícil, o si uno rechaza la obediencia en la medida en que sospecha de la persona del papa o de la validez de su elección, o si uno se opone a él como a un jefe civil de un estado “. (Ver La Comunicación de los Católicos con Cismáticos,CUA Press [1948], pág. 2;.
Recuerden que no debemos tener pruebas más allá de una duda razonable (certeza moral) sino simples SOSPECHAS. Una sospecha razonable en el derecho civil se considera más que una suposición o una sospecha, pero menos que una razón probable. Se basa en “hechos específicos y articulables”, “tomados junto con inferencias racionales de las circunstancias”. Por lo tanto, si alguien fuera elegido papa y obligado a renunciar, seguiría siendo papa. Cualquier cardenal subsiguiente “elegido” no podría alcanzar el papado aunque no fuera un hereje.
ERRORES EN EL MENSAJE DE LOS PADRES CONCILIARES AL MUNDO
El mensaje al mundo transmitido en la inauguración del concilio, contiene en miniatura la pastoral que se desarrollará ad abundantiam en la Gaudium et Spes, una pastoral en la cual el puesto principal se reserva para los “bienes humanos”, la “dignidad del hombre” en cuanto hombre, la “paz entre los pueblos” (invocada para no tener que convertirlos a Cristo):
«Y puesto que de los trabajos del concilio confiamos que aparezca más clara e intensa la luz de la Fé, esperamos también una renovación espiritual, de la que proceda igualmente un impulso fecundo que fomente los bienes humanos, tales como los inventos de las ciencias, los adelantos de la técnica y una más dilatada difusión de la cultura».
Los “bienes humanos” están representados aquí por el progreso de la ciencia, del arte, de la técnica, de la cultura (entendida a la manera del siglo, según se infiere de Gaudium et Spes, arts. 60 a 62, cf. infra). ¿Debía el concilio preocuparse de eso? ¿Había de desear el incremento de tales “bienes”, meramente terrenales, caducos, a menudo falaces, en lugar de anhelar el aumento de los eternos, fundados en valores perennes, enseñados por la Iglesia a lo largo de los siglos? ¿Cómo asombrarse de que, por efecto de una pastoral de tal género, se abriera la grave crisis que todavía perdura en vez de verificarse un nuevo “esplendor” de la fe?
El error teológico en sentido propio se manifiesta después, en la conclusión del mensaje, allí donde se escribe:
«Por eso, humilde y ardientemente, invitamos a todos, no sólo a nuestros hermanos, a quienes servimos como pastores, sino también a todos los hermanos que creen en Cristo y a todos los hombres de buena voluntad (prescindiendo por ello de su religión personal) […] a que colaboren con nosotros para instaurar en el mundo una sociedad humana más recta y más fraterna», puesto que «el designio divino es tal que por la caridad brille ya de alguna manera el reino de Dios como prenda del reino eterno».
Esta no es la doctrina católica, para la cual “la prenda del reino eterno” en este mundo la constituye sólo y exclusivamente la Iglesia católica, la Iglesia visible, docente y discente, miembros terrenales del cuerpo místico de Cristo, que crece (con lentitud, pero lo hace) a despecho de la oposición del “príncipe de este mundo”: la Iglesia, no la unión de “todos los hombres de buena voluntad”, de todo el género humano, bajo el estandarte del “progreso.
Primera sesión del «CVII»
La primera sesión se inició con la solemne Misa Papal en la Basílica de san Pedro el 11 de octubre de 1962. Juan XXIII presidió la Misa y presentó un discurso programático conocido como: “Gaudet Mater Ecclesia”.
Discurso.
Gócese hoy la Santa Madre Iglesia porque, gracias a un regalo singular de la Providencia Divina, ha alboreado ya el día tan deseado en que el «Concilio Ecuménico Vaticano II» se inaugura solemnemente aquí, junto al sepulcro de San Pedro, bajo la protección de la Virgen Santísima cuya Maternidad Divina se celebra litúrgicamente en este mismo día.
Los Concilios Ecuménicos en la Iglesia
2. La sucesión de los diversos Concilios hasta ahora celebrados -tanto los veinte Concilios Ecuménicos como los innumerables Concilios provinciales y regionales, también importantes- proclaman claramente la vitalidad de la Iglesia católica y se destacan como hitos luminosos a lo largo de su historia.
El gesto del más reciente y humilde sucesor de San Pedro, que os habla, al convocar esta solemnísima asamblea, se ha propuesto afirmar, una vez más, la continuidad del Magisterio Eclesiástico, para presentarlo en forma excepcional a todos los hombres de nuestro tiempo, teniendo en cuenta las desviaciones, las exigencias y las circunstancias de la edad contemporánea.
Muy natural es que, al iniciarse el universal Concilio, Nos sea grato mirar a lo pasado, como para recoger sus voces, cuyo eco alentador queremos escuchar de nuevo, unido al recuerdo y méritos de Nuestros Predecesores más antiguos o más recientes, los Romanos Pontífices: voces solemnes y venerables, a través del Oriente y del Occidente, desde el siglo IV al Medievo y de aquí hasta la época moderna, las cuales han transmitido el testimonio de aquellos Concilios; voces que proclaman con perenne fervor el triunfo de la institución, divina y humana: la Iglesia de Cristo, que de Él toma nombre, gracia y poder.
Junto a los motivos de gozo espiritual, es cierto, sin embargo, que por encima de esta historia se extiende también, durante más de diecinueve siglos, una nube de tristeza y de pruebas. No sin razón el anciano Simeón dijo a María, la Madre de Jesús, aquella profecía que ha sido y sigue siendo verdadera: “Este [niño] será puesto para ruina y para resurrección de muchos en Israel y como señal de contradicción”. Y el mismo Jesús, ya adulto, fijó muy claramente las distintas actitudes del mundo frente a su persona, a lo largo de los siglos, en aquellas misteriosas palabras: “Quien a vosotros escucha a mí me escucha”; y con aquellas otras, citadas por el mismo Evangelista: “Quien no está conmigo, está contra mí; quien no recoge conmigo, desparrama”.
El gran problema planteado al mundo, desde hace casi dos mil años, subsiste inmutable. Cristo, radiante siempre en el centro de la historia y de la vida; los hombres, o están con El y con su Iglesia, y en tal caso gozan de la luz, de la bondad, del orden y de la paz, o bien están sin El o contra El, y deliberadamente contra su Iglesia: se tornan motivos de confusión, causando asperezas en las relaciones humanas, y persistentes peligros de guerras fratricidas.
Los concilios Ecuménicos, siempre que se reúnen, son celebración solemne de la unión de Cristo y de su Iglesia y por ende conducen a una universal irradiación de la verdad, a la recta dirección de la vida individual, familiar y social, al robustecimiento de las energías espirituales, en incesante elevación sobre los bienes verdaderos y eternos.
Ante nosotros están, en el sucederse de las diversas épocas de los primeros veinte siglos de la historia cristiana, los testimonios de este Magisterio extraordinario de la Iglesia, recogidos en numerosos e imponentes volúmenes, patrimonio sagrado en los archivos eclesiásticos aquí en Roma, pero también en las más célebres bibliotecas del mundo entero.
Origen y causa del Concilio Ecuménico Vaticano II
3. Cuanto a la iniciativa del gran acontecimiento que hoy nos congrega aquí, baste, a simple título de orientación histórica, reafirmar una vez más nuestro humilde pero personal testimonio de aquel primer momento en que, de improviso, brotó en nuestro corazón y en nuestros labios la simple palabra ”Concilio Ecuménico”. Palabra pronunciada ante el Sacro Colegio de los Cardenales en aquel faustísimo día 25 de enero de 1959, fiesta de la conversión de San Pablo, en su basílica de Roma. Fue un toque inesperado, un rayo de luz de lo alto, una gran dulzura en los ojos y en el corazón; pero, al mismo tiempo, un fervor, un gran fervor que se despertó repentinamente por todo el mundo, en espera de la celebración del «Concilio».
4. Hay, además, otro argumento, Venerables Hermanos, que conviene confiar a vuestra consideración. Para aumentar, pues, más aún Nuestro santo gozo, queremos proponer -ante esta gran asamblea- el consolador examen de las felices circunstancias en que comienza el Concilio Ecuménico.
En el cotidiano ejercicio de Nuestro pastoral ministerio, de cuando en cuando llegan a Nuestros oídos, hiriéndolos, ciertas insinuaciones de algunas personas que, aun en su celo ardiente, carecen del sentido de la discreción y de la medida. Ellas no ven en los tiempos modernos sino prevaricación y ruina; van diciendo que nuestra época, comparada con las pasadas, ha ido empeorando; y se comportan como si nada hubieran aprendido de la historia, que sigue siendo maestra de la vida, y como si en tiempo de los precedentes Concilios Ecuménicos todo hubiese procedido con un triunfo absoluto de la doctrina y de la vida cristiana, y de la justa libertad de la Iglesia.
Nos parece justo disentir de tales profetas de calamidades, avezados a anunciar siempre infaustos acontecimientos, como si el fin de los tiempos estuviese inminente.
En el presente momento histórico, la Providencia nos está llevando a un nuevo orden de relaciones humanas que, por obra misma de los hombres pero más aún por encima de sus mismas intenciones, se encaminan al cumplimiento de planes superiores e inesperados; pues todo, aun las humanas adversidades, aquélla lo dispone para mayor bien de la Iglesia.
Fácil es descubrir esta realidad, cuando se considera atentamente el mundo moderno, tan ocupado en la política y en las disputas de orden económico que ya no encuentra tiempo para atender a las cuestiones del orden espiritual, de las que se ocupa el magisterio de la Santa Iglesia. Modo semejante de obrar no va bien, y con razón ha de ser desaprobado; mas no se puede negar que estas nuevas condiciones de la vida moderna tienen siquiera la ventaja de haber hecho desaparecer todos aquellos innumerables obstáculos, con que en otros tiempos los hijos del mundo impedían la libre acción de la Iglesia. En efecto; basta recorrer, aun fugazmente, la historia eclesiástica, para comprobar claramente cómo aun los mismos Concilios Ecuménicos, cuyas gestas están consignadas con áureos caracteres en los fastos de la Iglesia Católica, frecuentemente se celebraron entre gravísimas dificultades y amarguras, por la indebida injerencia de los poderes civiles. Verdad es que a veces los Príncipes seculares se proponían proteger sinceramente a la Iglesia; pero, con mayor frecuencia, ello sucedía no sin daño y peligro espiritual, porque se dejaban llevar por cálculos de su actuación política, interesada y peligrosa.
A este propósito, os confesamos el muy vivo dolor que experimentamos por la ausencia, aquí y en este momento, de tantos Pastores de almas para Nos queridísimos, porque sufren prisión por su fidelidad a Cristo o se hallan impedidos por otros obstáculos, y cuyo recuerdo Nos mueve a elevar por ellos ardientes plegarias a Dios.
Pero no sin una gran esperanza y un gran consuelo vemos hoy cómo la Iglesia, libre finalmente de tantas trabas de orden profano, tan frecuentes en otros tiempos, puede, desde esta Basílica Vaticana, como desde un segundo Cenáculo Apostólico, hacer sentir a través de vosotros su voz, llena de majestad y de grandeza.
5. El supremo interés del «Concilio Ecuménico» es que el sagrado depósito de la doctrina cristiana sea custodiado y enseñado en forma cada vez más eficaz. Doctrina, que comprende al hombre entero, compuesto de alma y cuerpo; y que, a nosotros, peregrinos sobre esta tierra, nos manda dirigirnos hacia la patria celestial. Esto demuestra cómo ha de ordenarse nuestra vida mortal de suerte que cumplamos nuestros deberes de ciudadanos de la tierra y del cielo, y así consigamos el fin establecido por Dios.
Significa esto que todos los hombres, considerados tanto individual como socialmente, tienen el deber de tender sin tregua, durante toda su vida, a la consecución de los bienes celestiales; y el de usar, llevados por ese fin, todos los bienes terrenales, sin que su empleo sirva de perjuicio a la felicidad eterna.
Ha dicho el Señor: “Buscad primero el reino de Dios y su justicia”. Palabra ésta “primero” que expresa en qué dirección han de moverse nuestros pensamientos y nuestras fuerzas; mas sin olvidar las otras palabras del precepto del Señor: “… y todo lo demás se os dará por añadidura”. En realidad, siempre ha habido en la Iglesia, y hay todavía, quienes, caminando con todas sus energías hacia la perfección evangélica, no se olvidan de rendir una gran utilidad a la sociedad.
El 8 de diciembre se concluye oficialmente la primera sesión con un discurso del Papa. Y la aprobación de la herética Constitución Dogmática sobre la sagrada liturgia Sacrosanctum Concilum, será el primer fruto de la reflexión conciliar.
Tras un largo y duro trabajo, se redactaron los 16 documentos, cuyo conjunto constituye una toma de conciencia de la situación actual de la Iglesia y define las orientaciones que se imponen.
A su vez, estos documentos están divididos en 4 constituciones, 3 declaraciones y 9 decretos, entre los cuales tenemos:
Constituciones
Las constituciones son los documentos principales y fundamentales porque en ellas se contienen las grandes preposiciones doctrinales, los principios de reforma y renovación y las opciones pastorales . De las cuatro constituciones, dos de ellas son «dogmáticas» ( calificada así por tratar materias contenidas en el Dogma Católico), una pastoral y la otra no recibe ninguna calificación, y estas son:
-Dei Verbum (Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación)
-Lumen Gentium (Constitución Dogmática sobre la Iglesia)
-Sacrosanctum Concilium (Constitución sobre la Sagrada Liturgia)
-Gaudium et Spes (Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual) De todas ellas, la Constitución Dogmática sobre la Iglesia es considerada la espina dorsal del Concilio.
Declaraciones
Las declaraciones son manifestaciones solemnes del Concilio ante la Iglesia y el mundo sobre cuestiones de importancia sobre su misión en el mundo y su relación con las religiones no cristianas, sociedades y estados. Las declaraciones permiten dar a conocer cuál es la postura de la Iglesia para que sus interlocutores sepan autorizadamente a qué atenerse, y se apoyan en la conciencia renovada de la Iglesia sobre su naturaleza y misión, teniendo muy en cuenta la situación histórica actual.
-Gravissimum Educationis (Declaración sobre la Educación Cristiana)
-Nostra Aetate (Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las Religiones no cristianas)
-Dignitatis Humanae (Declaración sobre la libertad religiosa)
Decretos
Los decretos suponen, desarrollan y concretan las constituciones. No son simples aplicaciones disciplinares de la doctrina de las constituciones, sino que ellos mismos contienen elementos doctrinales que prolongan y determinan perspectivas más amplias . Entre ellas tenemos:
-Ad Gentes (Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia)
-Presbyterorum Ordinis (Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros)
-Apostolicam Actuositatem (Decreto sobre el apostolado de los laicos)
-Optatam Totius(Decreto sobre la formación sacerdotal)
-Perfectae Caritatis (Decreto sobre la adecuada renovación de la vida religiosa)
-Christus Dominus (Decreto sobre el ministerio pastoral de los Obispos)
-Unitatis Redintegratio (Decreto sobre el ecumenismo)
-Orientalium Ecclesiarum (Decreto sobre las Iglesias orientales católicas)
-Inter Mirifica (Decreto sobre los Medios de comunicación social)
En octubre de 1958, solo había 55 cardenales en el mundo, el número más bajo en décadas porque el Papa Pío XII sabía que muchos obispos eran sospechosos del modernismo. Fue la “segunda ola” del resurgimiento del modernismo. El Papa San Pío X había llevado a los modernistas a la clandestinidad, pero no los había extirpado. Entonces, ¿por qué el Papa Pío XII le concedió la birreta de cardenal a Roncalli? Contrariamente a lo que muchos piensan, la Iglesia no solo excomulga a los clérigos por capricho. El hecho de que hubieran sido censurados o fueran sospechosos de herejía quiere decir que la Iglesia estaba haciendo bien su trabajo. Se esperaba con ello reformar a los que se habían extraviado para traerlos de vuelta al redil. Incluso el gran San Pío X dio tiempo a los peores modernistas para reformarse antes de la excomunión. Para ser claros, la Iglesia no es infalible de ninguna manera cuando hace algún nombramiento. Elegir a alguien cardenal no lo libera de las censuras eclesiásticas ni de las sospechas de herejía.
El papa Pío XII tuvo a Judas como a su confesor, el P. Augustin Bea SJ. Se pensaba que Bea era anti-modernista, pero en el «Vaticano II» trabajó para que saliera Nostra Aetate, el documento herético sobre las religiones no cristianas. Era un ecumenista extremo y quería que los judíos fueran “absueltos” por su crimen de Deicidio. Protegio a Roncalli, frente al papa Pío XII convenciéndolo para que le concediera la birreta cardenalicia, bajo el pretexto de que estaba “reformado” y que no era elegible como papa, por ser muy mayor.
¿Sucedió algo extraño en el Cónclave de 1958?
1. Había varios candidatos principales para el papado después de la muerte del Papa Pío XII. El Cardenal Ottaviani, que estaba a cargo de la Sagrada Congregación Suprema del Santo Oficio, estaba tan seguro de que sería elegido, que ya había elegido el nombre papal de Pío XIII. Otros contendientes fuertes fueron los cardenales Agagianian (simpatizante modernista), Lercaro (simpatizante modernista) y Siri (anticomunista y anti-modernista como Ottaviani). El gobierno de los Estados Unidos estaba muy interesado en la elección, ya que la Guerra Fría estaba en plena marcha, y querían otro anticomunista acérrimo como el Papa Pío XII.
2. Aparecieron señales confusas de humo blanco y la inteligencia estadounidense supuestamente había descubierto que el cardenal Siri había sido elegido Papa. Después salió humo negro. Las señales de humo blanco significan que un cardenal había sido elegido y había aceptado su elección como nuevo papa. Esto ha llevado a algunos a especular que Siri fue elegido Papa (“Gregorio XVII”) y se vio obligado a renunciar. Por lo tanto, la elección de Roncalli fue nula e inválida. Es una teoría.
¿Es posible también que algún otro cardenal haya sido elegido, obligado a renunciar (lo que anuló la elección de Roncalli) o perdió el cargo al aceptar a los modernistas?, es una posibilidad, y lo seguro es que por ser Mason y Herege no podía ser elegido Sucesor de San Pedro. Para que nadie diga que no hay evidencia en lo del humo por ser algo seriamente confuso, según Kirk Clinger, “el humo parcialmente blanco y parcialmente oscuro confundió incluso a los locutores de la radio del Vaticano. Tuvieron que disculparse frecuentemente por su error. La columna de humo que brotó de la chimenea “De la Capilla Sixtina fue primero blanquecina, luego definitivamente blanco, y más tarde definitivamente negro”. (Ver La risa de un papa: Historias de Juan XXIII , Holt, Rinehard y Winston ,[1964], pág. 43)
3. El informe más convincente es que tanto los Cardenales Ottaviani como Siri no pudieron reunir los dos tercios más un voto para ser elegidos. Como resultado, un grupo de “moderados” convenció a la mayoría de los cardenales de dar sus votos a Roncalli como papa “de transición”. Tenía 77 años y, según el razonamiento, no podría hacer muchas cosas. Está fue la gran victoria de los Modernistas y con su «elección», garantizaban a su Sucesor Montini, que no tenía aún el birrete cardenalicio, se lo concedería «Juan XXIII».
¿Pudo haber habido amenazas a un cardenal que había sido elegido y después fue obligado a renunciar? Al menos dos cardenales presentes hicieron declaraciones despectivas sobre lo que ocurrió en ese cónclave, lo que es muy sugerente de que algo andaba mal. Eran los cardenales Ottaviani y Spellman.
4. ¿Esto nos da una sospecha razonable, de modo que podamos dudar de la elección de Roncalli? La sospecha razonable es un bajo nivel de evidencia. Sin embargo, hay pruebas más que amplias de que Roncalli era un hereje, mason, antes de su elección y, por lo tanto, no pudo alcanzar el papado.
Finalmente, no olvidemos que se puede discernir una causa al examinar los efectos. Por ejemplo, el diseño inteligente del universo apunta a un Creador. Del mismo modo, si el hombre que salió del cónclave hizo lo que un verdadero Papa no haría (de hecho no podía) hacer, podemos decir con seguridad que no fue elegido Papa.
5. Roncalli, como “papa”, rehabilitó a todos los herejes principales que habían sido censurados bajo el Papa Pío XII y los aprobó como periti (expertos en teología) en el «Vaticano II». Estos herejes incluyeron a personas como Congar, De Lubac y Hans Kung, entre muchos otros, a ninguno de los cuales se les exigió que no hubieran enseñado errores [contra la Fe]. Roncalli promovió el ecumenismo. Él ordenó que se eliminaran las palabras de la oración de Consagración al Sagrado Corazón de Jesús: “Sé tú Rey de todos aquellos que todavía están involucrados en la oscuridad de la idolatría o del islamismo”. Cambió las oraciones del Viernes Santo para eliminar la frase “judíos pérfidos (es decir, sin fe). Modernizó la misa, el breviario y el calendario antes incluso de comenzar el «CVII». Era amigo de socialistas, comunistas y masones.
Supuesta elección de Roncalli como «Papa»
Sea como fuese Roncalli fue supuestamente «elegido» «Papa» en la undécima votación que tuvo lugar el 28 de octubre. Tomó el nombre de «Juan XXIII». Curiosamente, esta fue la primera vez en más de 500 años que se eligió este nombre; los papas anteriores habían evitado su uso desde la época del Antipapa Juan XXIII durante el Gran Cisma de Occidente varios siglos antes. Tanto el nombre de aquél Antipapa como su “reinado”, serían una adecuada prefiguración de la secta del «CVII» inaugurada por él.
Durante la celebración de la fiesta de la Conversión de san Pablo el 25 de enero de 1959, en un consistorio que el papa «Juan XXIII» tuvo con los cardenales en la abadía de San Pablo Extramuros, tras la celebración en la basílica, anunció su intención de convocar un concilio ecuménico.
El secretario del «papa» «Juan XXIII» describió así la situación en que el «pontífice» brindó el «discorsetto» (discursito) que, con una simplicidad llamativa, modificó el rumbo pastoral de la Iglesia católica, al anunciar la intención de realización del «Concilio»:
Fue un día como los demás. Se levantó el pontífice como de costumbre a las cuatro, hizo sus devociones, celebró la misa y asistió después a la mía. Se retiró a continuación a la salita de comer para la primera colación, dio una ojeada a los periódicos y quiso revisar el borrador de los discursos que había preparado. A las diez partimos para la Basílica de San Pablo Extramuros. La primera parte de la ceremonia duró de las 10.30 hasta las 13:00h. Entonces entramos en la sala de los monjes benedictinos, nos retiramos todos y quedó el «papa» con los cardenales. Leyó el discursito que había preparado, digo «discorsetto» porque así lo definió él mismo, y en un cuarto de hora estaba todo terminado. Pocos minutos después se difundía por el mundo la noticia del «Concilio Ecuménico».
Loris Francesco Capovilla, secretario de «Juan XXIII»
«Juan XXIII» presentó la iniciativa como algo absolutamente personal:
Pronuncio ante ustedes, cierto, temblando un poco de conmoción, pero al mismo tiempo con humilde resolución de propósito, el nombre y la propuesta de la doble celebración de un sínodo diocesano para la Urbe y de un «concilio» ecuménico para la iglesia universal.
Los cardenales reaccionaron con un «impresionante y sorprendente silencio», se dieron cuenta de que fueron engañados en el Conclave por los modernistas, ¿de modo que este era el supuesto «Papa» de transición que no haría cambios?. El anuncio causó una gran sorpresa en todos: todavía no habían transcurrido tres meses desde la elección de «Juan XXIII»:, en el cónclave de octubre de 1958, que lo había «elegido» como un «papa» considerado extraoficialmente «de transición», a continuación del papado de Pío XII. Los medios de comunicación, a excepción de L’Osservatore romano, dieron gran eco a la noticia subrayando diversos elementos del discurso del «papa».
En sus discursos posteriores, el papa fue poco a poco delineando los objetivos del concilio y recalcando especialmente que se trataba de un concilio pastoral y ecuménico. Aunque el propósito de «Juan XXIII» encontró muchas formas de manifestarse durante los tres años siguientes, una de sus expresiones más conocidas fue aquella que, preguntado por los motivos, presentó al tiempo que abría una ventana: «Quiero abrir las ventanas de la Iglesia para que podamos ver hacia afuera y los fieles puedan ver hacia el interior». Invitó a otras falsas iglesias a enviar observadores al concilio, aceptándolo tanto iglesias protestantes como ortodoxas. La Iglesia Ortodoxa Rusa, por temor al gobierno soviético comunista, sólo aceptó tras recibir seguridades de que el concilio sería apolítico (es decir, de que no se reiteraría la condena al comunismo).
Mas para que tal doctrina alcance a las múltiples estructuras de la actividad humana, que atañen a los individuos, a las familias y a la vida social, ante todo es necesario que la Iglesia no se aparte del sacro patrimonio de la verdad, recibido de los padres; pero, al mismo tiempo, debe mirar a lo presente, a las nuevas condiciones y formas de vida introducidas en el mundo actual, que han abierto nuevos caminos para el apostolado católico.
Por esta razón la Iglesia no ha asistido indiferente al admirable progreso de los descubrimientos del ingenio humano, y nunca ha dejado de significar su justa estimación: mas, aun siguiendo estos desarrollos, no deja de amonestar a los hombres para que, por encima de las cosas sensibles, vuelvan sus ojos a Dios, fuente de toda sabiduría y de toda belleza; y les recuerda que, así como se les dijo “poblad la tierra y dominadla”, nunca olviden que a ellos mismos les fue dado el gravísimo precepto: “Adorarás al Señor tu Dios y a El sólo servirás”, no sea que suceda que la fascinadora atracción de las cosas visibles impida el verdadero progreso.
Modalidad actual en la difusión de la doctrina sagrada
6. Después de esto, ya está claro lo que se espera del «Concilio», en todo cuanto a la doctrina se refiere. Es decir, el : «Concilio» Ecuménico que se beneficiará de la eficaz e importante suma de experiencias jurídicas, litúrgicas, apostólicas y administrativas- quiere transmitir pura e íntegra, sin atenuaciones ni deformaciones, la doctrina que durante veinte siglos, a pesar de dificultades y de luchas, se ha convertido en patrimonio común de los hombres; patrimonio que, si no ha sido recibido de buen grado por todos, constituye una riqueza abierta a todos los hombres de buena voluntad.
Deber nuestro no es sólo estudiar ese precioso tesoro, como si únicamente nos preocupara su antigüedad, sino dedicarnos también, con diligencia y sin temor, a la labor que exige nuestro tiempo, prosiguiendo el camino que desde hace veinte siglos recorre la Iglesia.
La tarea principal [«punctum saliens»] de este «Concilio» no es, por lo tanto, la discusión de este o aquel tema de la doctrina fundamental de la Iglesia, repitiendo difusamente la enseñanza de los Padres y Teólogos antiguos y modernos, que os es muy bien conocida y con la que estáis tan familiarizados.
Para eso no era necesario un Concilio. Sin embargo, de la adhesión renovada, serena y tranquila, a todas las enseñanzas de la Iglesia, en su integridad y precisión, tal como resplandecen principalmente en las actas conciliares de Trento y del Vaticano I, el espíritu cristiano y católico del mundo entero espera que se de un paso adelante hacia una penetración doctrinal y una formación de las conciencias que esté en correspondencia más perfecta con la fidelidad a la auténtica doctrina, estudiando ésta y exponiéndola a través de las formas de investigación y de las fórmulas literarias del pensamiento moderno. Una cosa es la substancia de la antigua doctrina, del «depositum fidei”, y otra la manera de formular su expresión; y de ello ha de tenerse gran cuenta -con paciencia, si necesario fuese- ateniéndose a las normas y exigencias de un magisterio de carácter predominantemente pastoral.
Al iniciarse el «Concilio Ecuménico Vaticano II», es evidente como nunca que la verdad del Señor permanece para siempre. Vemos, en efecto, al pasar de un tiempo a otro, cómo las opiniones de los hombres se suceden excluyéndose mutuamente y cómo los errores, luego de nacer, se desvanecen como la niebla ante el sol.
Cómo reprimir los errores
7. Siempre la Iglesia se opuso a estos errores. Frecuentemente los condenó con la mayor severidad. En nuestro tiempo, sin embargo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia más que la de la severidad. Ella quiere venir al encuentro de las necesidades actuales, mostrando la validez de su doctrina más bien que renovando condenas. No es que falten doctrinas falaces, opiniones y conceptos peligrosos, que precisa prevenir y disipar; pero se hallan tan en evidente contradicción con la recta norma de la honestidad, y han dado frutos tan perniciosos, que ya los hombres, aun por sí solos, están propensos a condenarlos, singularmente aquellas costumbres de vida que desprecian a Dios y a su ley, la excesiva confianza en los progresos de la técnica, el bienestar fundado exclusivamente sobre las comodidades de la vida. Cada día se convencen más de que la dignidad de la persona humana, así como su perfección y las consiguientes obligaciones, es asunto de suma importancia. Lo que mayor importancia tiene es la experiencia, que les ha enseñado cómo la violencia causada a otros, el poder de las armas y el predominio político de nada sirven para una feliz solución de los graves problemas que les afligen.
En tal estado de cosas, la Iglesia Católica, al elevar por medio de este «Concilio Ecuménico»» la antorcha de la verdad religiosa, quiere mostrarse madre amable de todos, benigna, paciente, llena de misericordia y de bondad para con los hijos separados de ella. Así como Pedro un día, al pobre que le pedía limosna, dice ahora al género humano oprimido por tantas dificultades: “No tengo oro ni plata, pero te doy lo que tengo. En nombre de Jesús de Nazaret, levántate y anda”. La Iglesia, pues, no ofrece riquezas caducas a los hombres de hoy, ni les promete una felicidad sólo terrenal; los hace participantes de la gracia divina que, elevando a los hombres a la dignidad de hijos de Dios, se convierte en poderosísima tutela y ayuda para una vida más humana; abre la fuente de su doctrina vivificadora que permite a los hombres, iluminados por la luz de Cristo, comprender bien lo que son realmente, su excelsa dignidad, su fín. Además de que ella, valiéndose de sus hijos, extiende por doquier la amplitud de la caridad cristiana, que más que ninguna otra cosa contribuye a arrancar los gérmenes de la discordia y, con mayor eficacia que otro medio alguno, fomenta la concordia, la justa paz y la unión fraternal de todos.
Debe promoverse la unidad de la familia cristiana y humana
8. La solicitud de la Iglesia en promover y defender la verdad se deriva del hecho de que -según el designio de Dios “que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad no pueden los hombres, sin la ayuda de toda la doctrina revelada, conseguir una completa y firme unidad de ánimos, a la que van unidas la verdadera paz y la eterna salvación.
Desgraciadamente, la familia humana todavía no ha conseguido, en su plenitud, esta visible unidad en la verdad.
La Iglesia católica estima, por lo tanto, como un deber suyo el trabajar con toda actividad para que se realice el gran misterio de aquella unidad que con ardiente plegaria invocó Jesús al Padre celestial, estando inminente su sacrificio. Goza ella de suave paz, pues tiene conciencia de su unión íntima con dicha plegaria; y se alegra luego grandemente cuando ve que tal invocación aumenta su eficacia con saludables frutos, hasta entre quienes se hallan fuera de su seno. Y aún más; si se considera esta misma unidad, impetrada por Cristo para su Iglesia, parece como refulgir con un triple rayo de luz benéfica y celestial: la unidad de los católicos entre sí, que ha de conservarse ejemplarmente firmísima; la unidad de oraciones y ardientes deseos, con que los cristianos separados de esta Sede Apostólica aspiran a estar unidos con nosotros; y, finalmente, la unidad en la estima y respeto hacia la Iglesia católica por parte de quienes siguen religiones todavía no cristianas. En este punto, es motivo de dolor el considerar que la mayor parte del género humano -a pesar de que los hombres todos han sido redimidos por la Sangre de Cristo- no participan aún de esa fuente de gracias divinas que se hallan en la Iglesia Católica. A este propósito, cuadran bien a la Iglesia, cuya luz todo lo ilumina, cuya fuerza de unidad sobrenatural redunda en beneficio de la humanidad entera, aquellas palabras de San Cipriano: “La Iglesia, envuelta en luz divina, extiende sus rayos sobre el mundo entero; pero [ella] es la única luz que se difunde doquier sin que haya separación en la unidad del cuerpo. Extiende sus ramas por toda la tierra, para fecundarla, a la vez que multiplica, con mayor largueza, sus arroyos; pero siempre es única la cabeza, único el origen, ella es madre única copiosamente fecunda: de ella hemos nacido todos, nos hemos nutrido de su leche, vivimos de su espíritu”.
Venerables Hermanos:
Esto se propone el «Concilio Ecuménico Vaticano II», el cual, mientras reúne juntamente las mejores energías de la Iglesia y se esfuerza por que los hombres acojan cada vez más favorablemente el anuncio de la salvación, prepara en cierto modo y consolida el camino hacia aquella unidad del género humano, que constituye el fundamento necesario para que la Ciudad terrenal se organice a semejanza de la celestial “en la que reina la verdad, es ley la caridad y la extensión es la eternidad” según San Agustín.
Conclusión
9. Mas ahora “nuestra voz se dirige a vosotros”, Venerables Hermanos en el Episcopado. Henos ya reunidos aquí, en esta Basílica Vaticana, centro de la historia de la Iglesia; donde Cielo y tierra se unen estrechamente, aquí, junto al sepulcro de Pedro, junto a tantas tumbas de Santos Predecesores Nuestros, cuyas cenizas, en esta solemne hora, parecen estremecerse con arcana alegría.
El «Concilio» que comienza aparece en la Iglesia como un día prometedor de luz resplandeciente. Apenas si es la aurora; pero ya el primer anuncio del día que surge ¡con cuánta suavidad llena nuestro corazón! Todo aquí respira santidad, todo suscita júbilo. Pues contemplamos las estrellas, que con su claridad aumentan la majestad de este templo; estrellas que, según el testimonio del apóstol San Juan, sois vosotros mismos; y con vosotros vemos resplandecer en torno al sepulcro del Príncipe de los Apóstoles los áureos candelabros de las Iglesias que os están confiadas.
Al mismo tiempo vemos las dignísimas personalidades, aquí presentes, en actitud de gran respeto y de cordial expectación, llegadas a Roma desde los cinco continentes, representando a las Naciones del mundo.
Cielo y tierra, puede decirse, se unen en la celebración del «Concilio»: los Santos del Cielo, para proteger nuestro trabajo; los fieles de la tierra, continuando en su oración al Señor; y vosotros, secundando las inspiraciones del Espíritu Santo, para lograr que el común trabajo corresponda a las actuales aspiraciones y necesidades de los diversos pueblos. Todo esto pide de vosotros serenidad de ánimo, concordia fraternal, moderación en los proyectos, dignidad en las discusiones y prudencia en las deliberaciones.
Quiera el Cielo que todos vuestros esfuerzos y vuestros trabajos, en los que están centrados no sólo los ojos de todos los pueblos, sino también las esperanzas del mundo entero, satisfagan abundantemente las comunes esperanzas.
¡Oh Dios Omnipotente! En Ti ponemos toda vuestra confianza, desconfiando de nuestras fuerzas. Mira benigno a estos Pastores de tu Iglesia. Que la luz de tu gracia celestial nos ayude, así al tomar las decisiones como al formular las leyes; y escucha clemente las oraciones que te elevamos con unanimidad de fe, de palabra y de espíritu.
¡Oh María, “Auxilium Christianorum”, “Auxilium Episcoporum”; de cuyo amor recientemente hemos tenido peculiar prueba en tu templo de Loreto, donde quisimos venerar el misterio de la Encarnación! Dispón todas las cosas hacia un éxito feliz y próspero y, junto con tu esposo San José, con los santos Apóstoles Pedro y Pablo, con los santos Juan, el Bautista y el Evangelista, intercede por todos nosotros ante Dios.
A Jesucristo, nuestro adorable Redentor, Rey inmortal de los pueblos y de los siglos, sea el amor, el poder y la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Aquí tenemos la fuente primaria en la que debemos buscar el verdadero espíritu que iba a informar toda la magna asamblea, de modo que nadie pudiera decir que lo habían engañado, y que no estaba dado el tono desde el mismo día de su inauguración.
Consta que el texto fue redactado enteramente por el mismo «Juan XXIII», en italiano, siendo posteriormente traducido al latín por el P. Guglielmo Zannoni, perito del «concilio».
Resultó ser un resumen más concreto de los discursos que el mismo Roncalli había dedicado a las distintas fases preparatorias, y que ya desarrollaban lo que sería conocido más tarde como “el espíritu del «Concilio”. En ellos, el convocador proponía la actitud con la que deberían trabajar los Padres conciliares, así como el objetivo clave de la reunión: Presentar el depósito de la doctrina católica de modo que fuera accesible y significativa para la mentalidad moderna.
El secretario del Papa, Loris Capovilla, afirma que éste se había inspirado en san Gregorio Magno, la Bula de convocación del Concilio de Trento, la alocución inicial del Vaticano I, así como en un autor poco esperable, el P. Rosmini, cuyas obras habían sido incluidas en el Índice de libros prohibidos.
1 y 2 Como es habitual en él, suele empezar por una solemne captatio benevolentiae dirigida a las mentes y los corazones de la mayoría aún conservadora presente en el «Concilio», de modo que su vigilancia no fuera despertada desde el primer momento, sino que una vez adormecidos y tranquilizados por palabras tan categóricas, asimilaran sin demasiada resistencia el espíritu contrario sabiamente destilado en los pasajes clave de su discurso.
Antes de analizar los Documentos del «Concilio» quiero escrutar la herètica Enciclica Pacem In Terris de Roncalli:
La sentencia de muerte para aquellos que desean considerar al «Papa» Roncalli radica en el hecho de que además él profesó la herejía en su encíclica Pacem In Terris, publicada el 11 de abril de 1963. Esta sección está tomada de la obra del Sr. John Daly llamada John XXIII y Pacem en Terris. Le doy todo el crédito al Sr. Daly por su increíble investigación y su incisivo análisis.
La encíclica Pacem in Terris trataba de “establecer la paz universal en la verdad, la justicia, la caridad y la libertad” y, además de a la Iglesia, estaba dirigida “a todos los hombres de buena voluntad”. La proposición herética es la oración inicial del párrafo 14. La versión latina oficial, publicada en Acta Apostolicae Sedis (“AAS” –Acts of the Apostolic See), No. 55, 257-304 es la siguiente:
In hominis juribus hoc quoque numerandum est, ut et Deum, ad rectum conscientiae Suae normam, venerari possit, et religionem privatim et publice profiteri.
Lo que significa:
Que la Iglesia enseña que los humanos tienen el derecho de profesar y practicar solo la religión católica que es la única Iglesia verdadera, fuera de la cual nadie es salvo. El error no tiene derechos. No hay nada de malo con esta afirmación en Pacem in Terris (sostienen) porque la palabra legítimo [rectam] modifica el “impulso de su conciencia” de tal manera que implica que uno no tiene derecho simplemente a seguir su conciencia en la adoración de Dios a menos que su conciencia sea legítima ( es decir, de acuerdo con la única Iglesia verdadera). Lo que ningún católico puede declarar es que cada persona debe poder “profesar su religión privada y públicamente “. Esto implica (como veremos) que uno puede profesar cualquier religión, ya sea la Verdadera Religión o cualquiera de las innumerables religiones falsas, tanto en privado como en público, cuya idea es herética y condenada por la Iglesia.
Aquí es donde se pone interesante. El adjetivo posesivo “Su” no aparece en el texto oficial en latín publicado en el A.A.S. Sin embargo, su interpolación por los traductores (incluido el texto oficial en inglés disponible en el sitio web del Vaticano Modernista) no es de ninguna manera injustificada por dos razones:
(a) El latín rara vez incluye tales adjetivos, que a menudo muestran que deben entenderse desde el contexto.
(b) La evidencia abundante muestra que el verdadero significado de «Juan XXI» se representa mediante la inclusión de “su”¿Qué evidencia se puede dar?
Si lee la oración sin la palabra “su”, ésta admite una interpretación ortodoxa: es decir, las personas tienen el derecho de profesar la religión de manera pública y privada, siempre que sea la religión católica. Sin embargo, no podemos omitir esa palabra sin alterar el sentido deseado de la encíclica; un sentido que es descaradamente herético.
Los herejes semi-arrianos, bajo la presión del Emperador, estaban preparados para someterse a cada sílaba del Credo de Nicea, excepto que rechazaban la afirmación de que Nuestro Señor era consustancial ( homo-ousion) con el Padre, pero Él era simplemente ( homoi-ousion ) de sustancia similar , no de la misma sustancia. Una letra marcaba la línea más importante entre la doctrina católica y la herejía.
Es indiscutible que el significado que Roncalli deseaba transmitir, y al que conscientemente prestó su (supuesta) “autoridad”, era que cada persona tiene derecho a profesar su religión, cualquiera que sea la religión, tanto en privado como en público. Aquí está la evidencia:
1. La encíclica no fue, como tradicionalmente se hace, dirigida solo a los miembros de la Iglesia Católica Romana, sino a “todos los hombres de buena voluntad”. Si solo se dirigiera a los católicos, se podría argumentar que sabrían que “su” religión es la religión católica, porque solo la Verdad puede ser abiertamente profesada y predicada. Después de todo, él solo tendría a los católicos como su público objetivo. Es completamente irrazonable esperar que judíos, musulmanes, protestantes y cismáticos orientales (entre otros no católicos) obtengan esa comprensión del contexto. La única conclusión razonable a la que llegarían es que la encíclica garantiza a cada uno de ellos el derecho moral objetivo de practicar y profesar su religión falsa en público.
2. La 32ª edición del Enchiridion Symbolorum de Denzinger [El Enchiridion es un compendio de todos los textos básicos sobre el dogma católico y la moral desde la Era Apostólica. Encargado por el Papa Pío IX, ha estado en uso desde 1854 y se ha actualizado regularmente desde que fue editado por el Padre. Schonmetzer y tiene la frase ofensiva marcada con una nota al pie que hace referencia al artículo 18 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948) de las Naciones Unidas Masónicas :
Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar su religión o creencia, y la libertad, ya sea solo o en comunidad con otros y en público o en privado, para manifestar su religión o creencia en la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia.
Este pasaje es irreconciliable con la doctrina católica, pero está vinculado a la misma frase que haría al lector creer que todos son libres de expresar su religión en público, sin importar si es la verdadera religión o no. Sugeriría que Roncalli era consciente de esa parte de la Declaración Universal de los Derechos Humanos cuando escribió Pacem in Terris . Si esto no contradice la enseñanza católica, nada lo hace.
Como el Papa Gregorio XVI enseñó:
“Ahora consideramos otra fuente abundante de los males con los que la Iglesia está afligida en la actualidad: el indiferentismo. Esta opinión perversa se extiende por todas partes por el fraude de los malvados que afirman que es posible obtener la salvación eterna del alma por la profesión de cualquier tipo de religión, siempre y cuando se mantenga la moral. Seguramente, en un asunto tan claro, harás que este error mortal esté lejos de las personas comprometidas a tu cuidado … Esta fuente vergonzosa de el indiferentismo da lugar a esa proposición absurda y errónea que afirma que la libertad de conciencia debe mantenerse para todos. Con lo que se propaga la ruina en los asuntos sagrados y civiles, aunque algunos repiten una y otra vez con la mayor impudencia que de ello se deriva una ventaja para la religión. ” (Ver Mirari Vos[1832], párr. 13 y 14).
Los defensores de Roncalli protestarán porque hay una “falta de evidencia” de que Roncalli autorizó la nota al pie de página; pero tal objeción fracasa miserablemente. Los autores del Enchiridion son seleccionados precisamente para asegurar que sus referencias y explicaciones tienen la aprobación oficial de la Santa Sede, dicen que cualquier comentario que distorsione la mente de los mismos tendrá una reprensión pública y una retractación exigida por Roma, que estaba lejos de el caso. Además, la participación de los editores de la 32ª edición es más demostrable que en cualquier edición anterior. Fue la primera vez que se omitió el pasaje de la condena de la libertad religiosa del Papa Pío IX. La sorprendente omisión es explicable sólo sobre la base de que estaba destinada a ocultar la contradicción explícita entre Pacem in Terris y Quanta Cura.
Este pasaje fue omitido: A partir del cual la idea totalmente falsa del gobierno social no temen fomentar esa opinión errónea, la más fatal en sus efectos sobre la Iglesia Católica y la salvación de las almas, llamada por nuestro predecesor, Gregorio XVI, una “locura”, a saber, que ” La libertad de conciencia y culto es el derecho personal de cada hombre, que debe ser legalmente proclamado y afirmado en toda sociedad debidamente constituida; y que los ciudadanos tienen derecho a una libertad absoluta, que no debe ser restringida por ninguna autoridad, ya sea eclesiástica o civil, por lo que pueden manifestar y declarar abierta y públicamente cualquiera de sus ideas, ya sea de boca en boca, mediante la prensa, o de cualquier otra manera.
“Pero, mientras lo afirman de manera precipitada, no piensan y consideran que están predicando” la libertad de perdición. Si los argumentos humanos siempre tienen espacio libre para la discusión, nunca faltarán hombres que se atrevan a resistir la verdad y a confiar en el discurso fluido de la sabiduría humana; mientras que sabemos, de la misma enseñanza de nuestro Señor Jesucristo, con cuánta atención la fe y la sabiduría cristianas deben evitar este balbuceo más dañino “.(Ver Quanta Cura [1864], párr. 3).
Claramente, no se puede sostener razonablemente que aquellos que se preocuparon tanto por organizar la supresión de la parte “ofensiva” de Quanta Cura no fueron también responsables de la nota a pie de página de Pacem in Terris que se refería al mismo tema.
3. El hecho de que la sentencia de Pacem in Terris debe entenderse en relación con la Declaración Universal de los Derechos Humanos se confirma por el hecho de que en Pacem in Terris, las Naciones Unidas masónicas y su Declaración elogian los párrafos 142, 143 , y 144. que Roncalli hizo en la Declaración.“Es un reconocimiento solemne de la dignidad personal de cada ser humano; una afirmación del derecho de todos a ser libres de buscar la verdad, seguir los principios morales, cumplir con los deberes impuestos por la justicia y llevar una vida plenamente humana. También Reconoció otros derechos relacionados con estos “. (párr. 144;.)
El pontífice lee cuidadosamente una encíclica antes de firmarla y promulgarla. Además, los teólogos de alto rango la elaboran en la dirección que dá el Papa. Cada palabra es cuidadosamente elegida. Si estos “otros derechos” escritos en la Declaración no incluyeran el infame “derecho” a la libertad religiosa, ¿no es obvio que esto se habría aclarado?
4. La encíclica fue elogiada por las logias masónicas y los medios de comunicación seculares que promueven el indiferentismo religioso y la libertad religiosa mediante el apoyo a la separación de la Iglesia y el Estado.
5. La Iglesia no puede (y no) debe enseñar ambiguamente al expresar verdades teológicas. Cualquier ambigüedad deliberada debe interpretarse en contra de la ortodoxia de la enseñanza ambigua. Las proposiciones que son ambiguas o que admiten interpretaciones que son ortodoxas o heterodoxas se consideran “heréticas por defecto”. Este es también el caso de las proposiciones que son verdaderas, pero que están calculadas para omitir verdades o términos pertinentes que deberían incluir. Se condenó la siguiente proposición del pseudo-sínodo jansenista de Pistoia:
“Después de la consagración, Cristo está real y sustancialmente presente debajo de las apariencias (de pan y vino), y toda la sustancia del pan y el vino ha dejado de existir, dejando solo las apariencias”.
En 1794, el papa Pío VI condenó esa proposición en la Constitución apostólica Auctorem Fidei porque “omite por completo mencionar la transubstanciación o la conversión de toda la sustancia del pan en el Cuerpo, y toda la sustancia del vino en la Sangre, que el Concilio de Trento definió como un artículo de Fe en la medida en que, a través de una omisión no autorizada y sospechosa de este tipo, se desvía la atención tanto de un artículo de Fe como si fuera una mera cuestión escolástica.
Resumen:
Es imposible excusar a Roncalli «Juan XXIII» del cargo de herejía.
«JUAN XXIII», antes de morir REVELÓ QUE ÉL ERA JUDÍO, como ya hemos mencionado.
Lo hizo a unos visitantes judíos con las palabras: “Yo soy José, vuestro hermano”. A pesar de que esta misteriosa declaración de «Juan XXIII» a los judíos ha sido citada frecuentemente, sin embargo, no ha sido explicado su significado. Creemos que una buena explicación de su significado es: Esta afirmación de Juan XXIII, “Yo soy José, vuestro hermano”, es una cita del Génesis 45, 4. Ella fue hecha por el patriarca José, el hijo de Jacob, a sus hermanos cuando llegaron a Egipto durante el tiempo de la hambruna. Quienes están familiarizados con el relato bíblico saben que José había sido vendido como esclavo por sus hermanos muchos años antes, pero él logró encumbrarse en las más altas posiciones del reino de Egipto (a pesar de no ser uno de ellos) porque había interpretado con éxito los sueños del Faraón. Ya que él había alcanzado las posiciones más altas en el reino de los egipcios, tenía derecho a repartir los tesoros del reino a su gusto, por ejemplo, a sus hermanos. Él favoreció en abundancia a sus hermanos sin pedirles nada a cambio.
Cuando consideramos la evidencia de que «Juan XXIII» era masón, que «Juan XXIII» comenzó el proceso de revolución contra la Iglesia Católica en el «Vaticano II», y que el “pontificado” de «Juan XXIII» inició una nueva actitud revolucionaria hacia los judíos, entre otras cosas, el significado de su declaración a los judíos se hace clara. «Juan XXIII» igual que José, que no era uno de los egipcios y se encontraba en el pináculo de la jerarquía de los egipcios al decirles “Yo soy José, vuestro hermano” les estaba diciendo a los judíos que él era “José, su hermano” porque él era en realidad un judío infiltrado colocado en la más alta posición de la jerarquía de los cristianos (o eso parecía).
Esa fue la manera críptica de «Juan XXIII» de revelar lo que realmente era: un antipapa conspirador al servicio de los enemigos de la Iglesia.
Justo antes de su muerte, «Juan XXIII» compuso la siguiente oración por los judíos. Esta oración fue confirmada por el Vaticano II como siendo la obra de «Juan XXIII».
Hoy nos damos cuenta cuán ciegos hemos sido a lo largo de los siglos y cómo no apreciamos la belleza del pueblo elegido o las características de nuestros hermanos favorecidos. Somos conscientes de la marca divina de Caín colocada en nuestra frente. En el curso de los siglos, nuestro hermano Abel ha estado tendido sangrando y llorando sobre la tierra por nuestra culpa, porque nos habíamos olvidado de tu amor. Perdona nuestra condena injustificada de los judíos. Perdónanos por crucificar a los que te crucificaron por segunda vez. Perdónanos. No sabíamos lo que hacíamos”.
«Juan XXIII» dice que los judíos siguen siendo el pueblo escogido, lo que es herético. La frase “pérfidos judíos” era la expresión usada por los católicos en la liturgia del Viernes Santo hasta que «Juan XXIII» la eliminó en 1960. La palabra pérfido significa “infiel”. “El Viernes Santo de 1963, el cardenal que fue el celebrante en San Pedro dijo las antiguas palabras (pérfidos judíos) por fuerza de la costumbre. «Juan XXIII» sorprendió a los fieles cuando lo interrumpió diciéndole ‘dilo de la nueva manera’”.
Papa Benedicto XIV, A quo primum, 14 de junio de 1751: “Otra amenaza para los cristianos ha sido la influencia de los infieles judíos… Ciertamente no es en vano que la Iglesia ha establecido la oración universal que es ofrecida, desde la salida del sol hasta su ocaso, por los judíos obstinadamente incrédulos, para que Dios levante el velo que cubre sus corazones y los saque de su oscuridad y los conduzca a la luz de la verdad”.
A un niño judío recién bautizado, «Juan XXIII» le dijo: “Que al convertirte en católico no seas menos judío”. En la noche de la muerte de «Juan XXIII», el gran rabino de Roma y otros líderes de la comunidad judía, se reunieron con cientos de miles en la plaza de San Pedro para llorar su muerte.
Alden Hatch, autor de Un hombre llamado Juan: la vida de Juan XXIII, dijo acerca de «Juan XXIII»: “… seguramente ninguno (de los papas anteriores) había tocado tanto los corazones de los pueblos de todas las religiones; y de los sin religión. Porque ellos sabían que él los amaba, sin importar lo que ellos eran o en lo que creían”.
LA MUERTE DE JUAN XXIII
El candidato de Roncalli era Montini, le mandó un telegrama horas antes de morir advirtiéndoselo, y lo dejó por escrito.
El día 3 de junio de 1963, a causa de una Peritonitis, Roncalli muere en el Palacio Apostólico, Ciudad del Vaticano. Después de su muerte, el Vaticano envío el cuerpo de Juan XXIII donde Gennargentu Goglia y sus colegas para que lo embalsamaran. Goglia le inyectó en la muñeca y estómago diez litros de líquido para embalsamarlo y neutralizar cualquier descomposición. Esta es la razón por la que el cuerpo de «Juan XXIII «no se descompuso como los cuerpos normales. En enero de 2001, el cuerpo de «Juan XXIII» fue exhumado y colocado en un nuevo ataúd de cristal, a prueba de balas, donde ahora se exhibe en la basílica de San Pedro. El rostro y las manos de «Juan XXIII» fueron también cubiertos de cera.
DECLARACIONES DE COMUNISTAS, MASONES Y NO CATÓLICOS ALABANDO A «JUAN XXIII» DESPUÉS DE SU MUERTE
Después de la muerte de «Juan XXIII», numerosos documentos de comunistas, masones y judíos fueron enviados al Vaticano, expresando su tristeza por la muerte del «Pontifice». Gente como Fidel Castro y Nikita Khrushchev enviaron mensaje de alabanza y dolor.
Editorial de El Informador, del 4 de junio de 1963:
“La Gran Logia Occidental Mexicana de Libres y Aceptados Masones, con motivo del fallecimiento del «Papa Juan XXIII» hace pública su pena por la desaparición de este gran hombre que vino a revolucionar las ideas, pensamientos y formas de la liturgia católica romana. Las Encíclicas ‘Madre y Maestra’ y ‘Paz en la Tierra’ han revolucionado los conceptos en favor de los Derechos del Hombre y su Libertad. La humanidad ha perdido a un gran hombre, y los Masones reconocemos en él sus elevados principios, su humanitarismo y su condición de Gran Liberal.
Guadalajara, Jal, México, 3 de junio de 1963.
Lic. José Guadalupe Zuno Hernandez”.
Charles Riandey, el soberano Gran Maestre de las sociedades secretas, en su prefacio a un libro de Yves Marsaudon (Ministro de Estado del Consejo Supremo de las sociedades secretas francesas), declaró:
“A la memoria de Angelo Roncalli, sacerdote, arzobispo de Messamaris, nuncio apostólico en París, cardenal de la Iglesia romana, patriarca de Venecia, «papa» bajo el nombre de «Juan XXIII», que se ha dignado darnos su bendición, su comprensión, y su protección”.
Un segundo prefacio al libro estaba dirigido a “su augusto continuador, su Santidad el «papa Pablo VI”.
El masón de alto rango, Carl Jacob Burckhardt, escribió en el Journal de Geneve: “Conocí muy bien al cardenal Roncalli. Él era un deísta y un racionalista cuya fuerza no radicaba en la capacidad de creer en milagros y en venerar lo sagrado”.
Conclave de 1963.
Algunos cardenales, al llegar a Roma, declararon que este cónclave será muy breve: máximo tres días. ¿será fácil y sin tensiones?, daban por hecho que saldría Montini.
No obstante para comprender mejor la dificultad de esta elección del Papa, con una mezcla de política humana y de inspiración divina, la cual muchas veces parece ausente, es importante recordar la historia del cónclave que «eligió» «Papa» a Montini. La opinión pública piensa que fue un cónclave pacífico, ya que Montini «era ya «Papa» antes de entrar en el cónclave».
Sin embargo, no fue así. A pesar del secreto que envuelve a los cónclaves, se ha podido reconstruir muy bien, como acaba de hacerlo Giancarlo Zizola en su último libro ¿Qué Papa? la triste historia de aquella elección. La lucha debió ser tan dura que el cardenal Testa cuando salió del cónclave comentó: «Han sucedido cosas horribles. Tengo que pedir al «Papa» el permiso para contarlas para poder liberarme.» Parece ser que todos los Cardenales sabían que el candidato de Roncalli era Martini. Pero precisamente por eso parte de la curia que no había soportado a «Juan XXIII» estaba decidida a no votarlo. Los votos de este grupo conservador confluyeron desde el principio en Antoniutti, que tenía todo el apoyo del Opus Dei y Siri. Ya en el discurso a los cardenales antes del cónclave el curial Tondini hizo un retrato del nuevo Papa que era lo opuesto al pontificado de «Juan XXIII».
Este había condenado a les «profetas de desventuras» y Tondini hizo del mundo el cuadro más pesimista posible. El cardenal Siri, en la catedral de Génova, había dicho que serían necesarios muchos años para rehacer lo que «Juan XXIII» había estropeado en la Iglesia.
En este clima, ya en las primeras votaciones, Montini obtuvo treinta votos y Antoniotti veinte. El otro candidato más votado era Lercaro. Eran votos de los extranjeros más abiertos que veían en Lercaro un sucesor de «Juan XXIII» por su gran espíritu evangélico. Ya por la tarde del primer día de votaciones los votos de Lercaro pasaron a Montini ante el temor que pudiera ser elegido Antoniutti, pero a pesar de todo, Montini no lograba obtener los votos suficientes. Los progresistas ya no tenían más votos. La elección se quedó congelada. La curia hizo una maniobra: presentó la candidatura del curial Roberti para indicar que de ninguna manera habrían votado a Montini. Los electores de Montini se encontraron entre la espada y la pared: o aceptar a Roberti, que era un conservador, o aceptar el desafío hasta que explotara la situación. Y la situación explotó como ninguno se lo imaginaba: el cardenal Testa, curial, prefecto de la Congregación de las Iglesias Orientales, pero de una enorme rectitud moral, indignado ante el espectáculo que se estaba realizando en un cónclave que debía estar inspirado por el Espíritu Santo y saltándose las normas más sagradas del cónclave que prohiben severísimamente intervenir durante una votación, rompió el silencio para pedir que se abandonase aquel juego humillante, y pidió que se votara por Montini, ya que poseía los votos de la mayoría y había sido en realidad el candidato de «Juan XXIII». Algunos cardenales se indignaron. Otros pidieron que se anulara la votación, pero lo cierto es que en otros hizo impresión y desde aquel momento empezaron a aumentar los votos de Montini, el cual aseguró a los conservadores que se mantendría fiel a la tradición. A Cicognani le aseguró que lo mantendría como secretario de Estado. Fue decisiva la «conversión» del anciano Ottaviani, presidente del Santo Oficio. Parece ser que fue quien convenció a algunos curiales a votar a Montini abiertamente «para poder condicionar después su pontificado». A pesar de todo. Montini fue elegido sólo con el margen de tres votos.
29 de junio de 1963 ocho días después de la elección de «Pablo VI» LUCIFER FUE ENTRONIZADO EN LA CAPILLA PAULINA con una doble Misa Negra en Roma y en Charleston, y los Prelados presentes juraron profanar su Sacerdocio y erigir LA NUEVA IGLESIA UNIVERSAL DEL HOMBRE.
«Pablo VI» se rodeó e invadió la Iglesia de masones y, en 15 años de su «Pontificado», se empeñó en erigir LA NUEVA IGLESIA UNIVERSAL DEL HOMBRE de inspiración satánica promoviendo el Ecumenismo masónico y la República Universal masónica de los Estados multiétnicos e interreligiosos.
Montini para tranquilizar a los Padres Conciliares, después del controvertido conclave en el día de su coronación (30 de junio de 1963) pronunció el siguiente juramento ante Nuestro Señor Jesucristo: «Yo prometo: no cambiar nada de lo aprobado y mantenido por mis predecesores y no admitir nada nuevo, conservaremos y veneraremos con fervor, como un verdadero discípulo y sucesor de ellos, con todas mis fuerzas, lo que se me ha transmitido y no este contradicción con la disciplina canónica y mantener los sagrados cánones y Constituciones Apostólicas de nuestros Papas como mandamientos divinos y celestiales (siendo yo) consciente de que tengo que rendir cuentas ante el Supremo Juez. Por lo tanto, nos sometemos a la prohibición estricta del anatema, si alguna vez alguien, o nosotros mismos presume de introducir alguna novedad frente a la tradición evangélica, o la integridad de la Fé.
«Ego promitto: Nihil traditione quod del probatissimis praedecessoribus meis servatum reperi, diminuere vel mutare, aut aliquam novitatem admittere; sed ferventer; ut vere eorum discipulus sequipeda, Totis Viribus meis conatibusque Tradita conservare ac venerari. Si vero emerserint canonicam contra la disciplina, emendare; sacrosque canones constituta Pontificum et nostrorum ut et coelestia mandatos divinos, custodire, utpote tibi me redditurum sciens omnibus, quae profiteor, districtam in judicio rationem divino, divino cuius locum dignatione perago, et Vicem intercessionibus tuis adjutus impleo. Si praeter aliquid para generar praesumsero, vel ut praesumatur HAEC; permisero, eris mihi, in die illa Terribili divini judiai, depropitius … (P. 43, nivel 31). Unde et districti anathematis interdictioni subjicimus, querías unquam, en su, sive alius est, qui praesumat novum aliquid contra huiusmodi evangelicam traditionem, et fidei orthodoxae christianaeque religionis auso integritatem, vel quidquam contrarium annitendo immutare, sive subtrahere de integritate fidei nostrae tentaverit, vel praesumentibus consentire hoc sacrílego. «(Liber diurnus Romanorum 45,56).
Segunda Sesión del «Concilio»
En septiembre, tras una sencilla ceremonia inaugural y un discurso de «Pablo VI», los trabajos recomenzaron en San Pedro. Al día siguiente se reinició la discusión en aula del esquema De Ecclesia.
El nuevo texto fue presentado por el cardenal Ottaviani y atrajo mayor consenso que el anterior. El texto a modo de base para la discusión fue votado y obtuvo 2231 placet contra 43 non placet. Entonces, de acuerdo con el reglamento, comenzó la discusión de cada capítulo. Para cada capítulo fueron declarándose las objeciones de los padres o los aspectos que convenía añadir. Las discusiones continuaron hasta el 15 de octubre sin llegar a un acuerdo.
Era ya el 23 de octubre. En esos días se fijó el texto de las preguntas y el «Papa» aprobó que se hiciera la consulta para el 30 de octubre, provocando una áspera respuesta del cardenal Ottaviani. La discusión del esquema se prolongó hasta el 15 de noviembre.
Segunda intersesión Al concluir los trabajos de la segunda sesión, el papa «Pablo VI» había mencionado su interés en reducir el tiempo requerido para concluir el «concilio» por medio de la reducción de los esquemas o de la elaboración de textos que siguieran las directivas ya consideradas mayoritarias. Por ello encargó al cardenal Julius August Döpfner que elaborara una propuesta en ese sentido. La idea indicada por él era reducir a seis los esquemas más amplios a discutirse y dejar los demás en una serie de proposiciones que ya no se discutirían sino solo votarían. La comisión de coordinación analizó la propuesta del 28 de diciembre al 15 de enero, la aprobó e indicó a las demás comisiones que procedieran de ese modo. El «Papa» en los meses siguientes tuvo que tranquilizar a los obispos que consideraban que esto era una medida para concluir «expeditivamente» el «concilio». Spiritus Paraclitus del 30 de abril de 1964, AAS 56 (1964) Ya en abril se enviaron los primeros textos (de los esquemas más importantes.
Tercera sesión (1964)
La tercera sesión del concilio se inauguró el 14 de septiembre de 1964. La «misa», ya aplicando la constitución Sacrosanctum concilium fue concelebrada por 24 padres conciliares con el Papa. Las trompetas de plata ante la aparición de «Pablo VI» fueron silenciadas para siempre, no aparecieron los Flabelos, el «Papa» iba en la silla gestatoria, con ornamentos modernos, casulla gótica, alba sin encaje, y un reducido cortejo. La Misa Papal fué reducida a su mínimo esplendor. El discurso de «Pablo VI» resultó esclarecedor de su posición dado que empleó la expresión colegio episcopal apoyando así la posición de la mayoría conciliar. Al día siguiente se inició la discusión de los últimos capítulos del esquema De Ecclesia. El capítulo sobre la escatología fue rápido y sin problemas. El descontento de éstos creció cuando se informó a la asamblea que «Pablo VI» había introducido 19 modificaciones al esquema sobre el ecumenismo (que había sido votado favorablemente por los padres conciliares, aunque todavía no había sido promulgado). Estos hechos –aunque a la luz de la historia posterior no se manifestaron tan importantes (el texto de la nota explicativa realmente no cambia lo indicado en el texto final de la Lumen gentium, el mayor tiempo de elaboración del esquema sobre la libertad religiosa permitió perfilarlo mejor y las modificaciones incluidas en el esquema sobre el ecumenismo eran de mera forma)– crearon un clima de descontento y desilusión en los obispos y expertos de la así llamada «mayoría» conciliar. Es la llamada «semana negra. La sesión pública conclusiva vio la aprobación de nuevos documentos (la Lumen gentium, los dos decretos sobre el ecumenismo y el de las Iglesias orientales).
Al concluir la tercera sesión conciliar, las comisiones quedaban con 11 esquemas sobre los que trabajar para la cuarta, según las orientaciones recibidas de parte de la asamblea conciliar. Algunos textos como el que trataba de la revelación, requerían retoques más o menos importantes; otros, como el que hablaba de los presbíteros debía ser rehecho a partir de las proposiciones que se habían votado. Los textos elaborados fueron enviados a mediados de junio a los obispos para que prepararan sus intervenciones o hicieran llegar directamente sus comentarios a las comisiones.
Cuarta sesión del «Concilio» (1965)
El cardenal vienés de gran prestigio por su tendencia innata al diálogo,a la concordia y al pluralismo, fue propulsor de un «Concilio VaticanoII» «abierto» al cambio.
El 14 de septiembre de 1965 se reanudaron los trabajos en San Pedro. En el discurso de apertura, «Pablo VI» anunció la creación del sínodo de los obispos (que algunos inicialmente consideraron la aplicación de la colegialidad) y que visitaría la sede de la ONU para el XX aniversario de su creación. Al día siguiente el «Papa» participó en la congregación general donde firmó el decreto de creación del sínodo. Después que «Pablo VI» se retirara de la basílica, se inició la discusión del esquema sobre la libertad religiosa. El debate fue tenso y tras cinco días no se llegaba al consenso. El 21 de septiembre se llega a la discusión sobre el esquema XIII, debate que se prolongó durante dos semanas. La votación sobre el esquema en cuanto tal (antes de pasar a los capítulos) fue positivo (2100 placet y 44 non placet). El 11 de octubre, «Pablo VI» mandó leer un comunicado por el que solicitaba que no se discutiera públicamente el argumento y que las propuestas le fueran enviadas a través del consejo de presidencia. El 29 de octubre se reiniciaron las votaciones, esta vez del documento sobre la revelación, Dei Verbum. Nuevamente se llegó a un punto muerto por las enmiendas que consentía el sistema de votación iuxta modum. El 18 de noviembre se tuvo otra sesión pública donde se promulgaron la Dei Verbum y la Apostolicam Actuositatem. El «Papa», en la homilía, anunció la apertura de los procesos de beatificación de Pío XII, ( una falsa para contentar a algunos Padres Conciliares) y de «Juan XXIII». En los días siguientes se continuaron las agotadoras votaciones. La declaración sobre la libertad religiosa, pero no fue posible vencer la oposición de un grupo de 250 padres. La votación de la constitución Gaudium Et Spes fue todavía sufrida debido a las peticiones de incluir una condena expresa del comunismo y por una nueva intervención del «Papa» en el capítulo sobre el matrimonio. Pero finalmente lograron el consenso sobre el texto.
Son innumerables los actos que caracterizaron el pontificado del 2° anti-«Papa Pablo VI», se dirigió a la apertura al mundo, al modernismo, los masones, la democracia y el comunismo universal.
Entre ellos, merece una mención especial, sobre todo por la gravedad, de lo ocurrido el 13 de noviembre de 1964, donde depone definitivamente la Tiara Pontificia, símbolo de los tres poderes del Papa, en presencia de 2000 Obispos. Lo cual sucedió en la víspera de eximir a los Judíos de su culpa de “deicidio”, Llevando en su pecho el Efod judío, simbolo de las doce tribus de Israel, propia del Sumo Pontífice Hebreo.
Empezemos a estudiar y analizar algunas de las herejías surgidas de los Documentos del «CVII»
En el discurso del 25 de enero de 1959 a los cardenales, en la basílica de San Pablo Extramuros de Roma, curiosamente «Juan XXIII» no mencionó la liturgia como posible tema conciliar. Todos quedaron muy extrañados de ese silencio sobre un tema tan importante para la vida de la Iglesia. Pero claro no hacía falta mencionar esa pretensión, era evidente, inauguró su «pontificado» con la reforma del Misal, Breviario, Año Litúrgico, todo esto recopilado en el Motu Proprio Rubricarum Instructum de «Juan XXIII», del 25 de Julio de 1960.
Todas las ideas de la herejía antilitúrgica -Dom Guéranger llamó así a las tesis litúrgicas del siglo XVIII- fueron retomadas en los años 40, 50 y 60 por liturgistas como Dom Lambert Beauduin (1873-1960) en Bélgica, en Francia, Dom Pius Parsch, y Romano Guardini en Austria y Alemania. Partiendo de la novedosa “Misa dialogada”, esto era causa “de una excesiva importancia concedida a la participación activa de los fieles en las funciones litúrgicas” (Gamber), los reformadores de los años 40 llegaron (especialmente en los campamentos scouts y en las asociaciones de juventud y de estudiantes) a introducir de facto nada menos que la Misa en lengua vernácula, la celebración sobre una mesa de cara al pueblo, la concelebración… Entre los jóvenes sacerdotes que se deleitaban con tales experiencias litúrgicas, se hallaba involucrado en Roma, en 1933, el Capellán de la “Federación Universitaria Católica Italiana” (F.U.C.I.), Giovanni Battista Montini, feliz y fuertemente reprendido por el Cardenal Vicario (Fappani-Molinari, “Montini, giovane”, ed. Marietti, 1980, págs. 282-292).
Las reformas litúrgicas comienzan, todo hay que decirlo, durante el Pontificado de Pio XII, el 18 de marzo de 1948, dirigidas por el Cardenal Bea, con Annibale Bugnini como secretario, de una “Pontificia Comisión que reformó el breviario en vista a un nuevo calendario litúrgico, entre otras cosas; 6 de enero de 1953: Constitución Apostólica “Christus Dominus” sobre la reforma del ayuno eucarístico; 23 de marzo de 1955: Decreto “Cum hac nostra ætate”, reforma (no publicada en las Acta Apostolicæ Sedis y no impresa en los libros litúrgicos) de las rúbricas del Misal y del Breviario; 19 de noviembre de 1955: Decreto “Maxima Redemptionis”, esto es lo más grave ocurrido durante su Pontificado, introduciendo el nuevo rito de Semana Santa, que reformaba por primera vez el Ordo Missae, adelantándose al Ordo de 1965. Esta reforma fué inaugurada en lo que respecta al Sábado Santo, “ad experimentum”, en 1951. Tirando por la borda cientos de años de legendarios ritos y creando otros nuevos. Bugnini llegó a decir «si logramos que Pio XII, firme el decreto sobre la reforma de la Vigilia Pascual, habremos vencido», y así fué.
«Juan XXIII»
1. Reforma del Breviario: El Arzobispo (tripartista, o sea filojansenista) de París, Vintimille, en su reforma del Breviario de 1736 “redujo la mayor parte de los oficios a tres lecciones, a fin de hacerlos más cortos” (Guéranger, “Instituciones Litúrgicas”, Extrac-tos, ed. de Chiré, pág. 171). «Juan XXIII», en 1960, redujo también a 3 únicas lecciones la casi totalidad de los oficios. De esto resulta la supresión de un tercio de la Sagrada Escritura, de dos tercios de vidas de Santos y de casi tres tercios (la totalidad) de comentarios de los Padres a la Escritura. Las largas Preces desaparecen, las memorias, los sufragios, los Pater, Ave, Credo, las Antífonas de la Santísima Virgen, el Símbolo de San Atanasio, ¡y se podría alargar la lista!
2. Reforma del Santoral y Año Litúrgico: Sacar del domingo las fiestas de los santos (idea de los jansenistas) gran principio de que la santidad del domingo no admite que se rebaje el Día del Señor, consagrándolo al culto de un santo, ni siquiera de la Santísima Virgen (…) Con mayor razón, las dobles mayores o menores que modifican tan agradablemente para los fieles la monotonía de los domingos quedan suprimidas. Reformando casi a la letra el ideal de los herejes jansenistas: solamente nueve fiestas de Santos pueden prevalecer sobre el domingo (San José, en marzo y mayo; tres fiestas marianas: la Anunciación, la Asunción y la Inmaculada Concepción; San Juan Bautista; San Pedro y San Pablo; San Miguel; y Todos los Santos), contra las 32 que traía el calendario de San Pío X, de las cuales muchas eran antiguas fiestas de precepto. Además, «Juan XXIII» abolió las conmemoraciones de los Santos en domingo. Para realizar estos objetivos, la reforma de 1960 quita a todos los domingos el rango de 1ra. y 2da. clase, y junta casi todos los santos en una 3ra clase creada ex novo, anulando así las fiestas de rango doble mayor o menor, que alaba Dom Guéranger. El calendario será en adelante expurgado, y el objetivo admitido de Grancolas (1727) y sus cómplices es hacer que el clero prefiera el oficio de la feria al de los Santos. «Juan XXIII» suprimió totalmente 10 fiestas del calendario (11 en Italia, con la fiesta de Ntra. Sra. de Loreto), redujo 29 fiestas de rito simple y 9 de rito más elevado al rango de memoria, haciendo así prevalecer el oficio ferial; con la supresión de casi todas las octavas y vigilias, sustituyó con otras 24 ferias oficios de Santos. Finalmente, con las nuevas reglas de cuaresma que veremos enseguida, otros 9 Santos, oficialmente, no serán nunca más festejados. En conclusión, la reforma de 1960 sacrificó por un “principio calvinista”, expurgándolas, alrededor de 81 a 82 fiestas de Santos. Dom Guéranger precisa que los Jansenistas suprimieron las fiestas de los Santos en Cuaresma (op. cit., pág. 163). Lo mismo hizo «Juan XXIII», salvando solamente las fiestas de 1ra. y 2da. clase; como su fiesta cae siempre en Cuaresma, no se festejará nunca más a un Santo Tomás de Aquino, a un San Gregorio Magno, San Benito, San Patricio, San Gabriel Arcángel, etc, 11 fiestas fueron totalmente suprimidas, probablemente por ser “legendarias” para los racionalistas preconciliares: por ejemplo, San Vital, la Invención de la Santa Cruz, el martirio incruento de San Juan en la Puerta Latina, la aparición de San Miguel en el monte Gargano, San Anacleto, San Pedro ad vincula, San Esteban, Ntra. Sra. de Loreto (¡¡Una casa que vuela!! ¿Se puede creer en el siglo veinte?); entre las fiestas votivas, Sta. Filomena, (mártir bajo el Imperio de Diocleciano en el año 304, canonizada el 30 de enero de 1837 por el Papa Gregorio XVI en Roma), ¡qué tonto fue el Cura de Ars, (gran deboto de esta martir), al creer en ella!). Otros Santos poco iluministas fueron eliminados más discretamente: Ntra. Sra. del Carmen y de la Merced, San Jorge, San Alejo, San Eustaquio, los estigmas de San Francisco, permanecen simplemente como memoria en un día ferial. Igualmente, dos Papas parten, aparentemente sin motivo: San Silvestre (¿demasiado constantiniano?) y San León II. Este último, quizás por condenar a Honorio y a Juan XXIII…Los Jansenistas suprimieron una de las dos fiestas de la Cátedra de San Pedro, el 10 de enero; así como también la octava de San Pedro (Dom Guéranger). Idénticas medidas con «Juan XXIII».
3. Reforma del Misal: Supresión del “Confiteor” antes de la comunión de los fieles (Misal de Troie, 1705: Dom Guéranger, págs. 149, 150, 156). La misma cosa en 1960. Suprime las Preces Finales Leoninas, en algunas Misas, y las deja ad libitum.
Los Jansenistas no habían pensado en esto. La Reforma de 1960 suprime de las oraciones del Viernes Santo el adjetivo latino perfidis (= sin fe) que calificaba a los judíos, y el sustantivo perfidiam (= impiedad) que calificaba a “judaica” y se manda hacer genuflexion después de está oración, como en las demás, cosa inaudita. En el número 181 de las Rúbricas de 1960, se lee: La Misa contra los paganos se llamará de ahora en adelante: por la defensa de la Iglesia; la Misa para suprimir el cisma: por la unidad de la Iglesia (¡siempre la misma herejía que niega que la Iglesia sea una!). Estos cambios revelan el liberalismo, pacifismo y falso ecumenismo de quien los concibió. Dos últimos puntos, pero de los más graves es la supresión, cuando el sacerdote celebra sin ayudante (es decir, solo.) de todos los saludos (es decir, Dominus vobiscum, etc.) y de la bendición final, es un ataque evidente al dogma de la Comunión de los Santos. En efecto, aunque el sacerdote que celebra la Misa o recita el breviario esté solo, reza en nombre y con toda la Iglesia. Verdad negada por Lutero. Este ataque al dogma ya había sido realizado también en el Breviario que impone al sacerdote que lo recita solo, no decir más Dominus vobiscun sino Domine exaudi orationem meam. Y lo más importante se atreve a tocar el Canon Romano, que había permanecido inalterable desde Tiempos Apostólicos, introduciendo en el mismo, al Glorioso Patriarca San José, por muy piadoso que parezca el gesto es una gran temeridad…
No conforme con todo esto «Juan XXIII» “Después de haber examinado por mucho tiempo y con detención su ya efectuada reforma titúrgica, decide por fín anunciar lo que ya pretendía, que era que en el próximo «concilio ecuménico» se deben proponer los grandes principios para una gran reforma litúrgica general.
Esto se había decidido, no obstante, ya antes, pues el 6 de junio de 1960 se creó la comisión litúrgica preparatoria y era nombrado presidente de la misma el prefecto de la Congregación de Ritos, cardenal Gaetano Cicognani. El 11 de julio del mismo año se nombró secretario de la comisión al masón padre Anibal Bugnini. Se nombraron miembros de la comisión y peritos, un total de 65. Después de la reunión de la comisión, se crearon varias subcomisiones que trataron: Sobre el ministerio de la sagrada liturgia y su relación con la vida de la Iglesia, la Santa Misa, la concelebración sacramental, el Oficio Divino, Sacramentos y sacramentales, el Calendario litúrgico, la lengua latina, la participación de los fieles en la liturgia, las vestiduras sagradas, la música sagrada, el arte sagrado, etc.
En la primavera de 1961 se reunieron en Roma los componentes de la comisión litúrgica para discutir los trabajos de las respectivas subcomisiones. Todo este rico material se llevó a la mesa del secretario, padre Bugnini, para darle su última forma. Con dicho material se formó un volumen de 250 páginas que fue enviado a todos los miembros de la comisión el 10 de agosto de 1961, con una carta en la que se decía que remitieran lo más pronto posible al secretario las observaciones que creyeran oportunas. Se pensó, y más o menos así se realizó, que el 10 de septiembre se terminara el plazo para enviar las observaciones; que el 10 de octubre la secretaría de la comisión enviaría el nuevo esquema con las observaciones insertadas; que el 1 de noviembre se terminara el plazo para enviar las observaciones al segundo esquema; que en los días 15-16 de noviembre se convocaría a la comisión para la aprobación definitiva del texto, y que el 15 de diciembre del mismo año 1961 se presentara el texto definitivo a la secretaría general de la preparación del «concilio». En ese momento comenzaron las intrigas del padre Annibale Bugnini, cuando decidió tener en la casa “Domus Mariae” de Roma una reunión de varios miembros de la comisión, sin llamar a los demás, obviamente llamó a aquellos que tenían la idea descarada de teledirigir los trabajos del «concilio» en tema de liturgia. Esto ocasionó obviamente la sospecha de los demás miembros y consultores de la misma no llamados para esa reunión y creo muy mal ambiente en el seno de la comisión. La reunión se tuvo en los días 11-13 de octubre de 1961. Desde ese momento se miró con sospecha lo referente a la sagrada liturgia por parte no solo de algunos miembros y consultores de la misma comisión sino por muchas personas que pertenecían a otras comisiones y eclesiásticos de relevancia en general. Así apareció luego en el aula conciliar y mucho más en el periodo posterior al concilio. Personas de gran relieve en la Iglesia, ganadas para la causa litúrgica y verdaderamente entusiasmadas, miraron ya con prejuicio y desprecio lo concerniente a la reforma liturgica. Todavía recibió el texto del primer capítulo una nueva revisión, provocada por un consultor de pocos alcances que lo deseaba. Se tuvo una reunión el 10 de enero de 1962 con peritos de otras subcomisiones. Pero el texto quedo sustancialmente el mismo después de una acalorada discusión. Todos los demás capítulos recibieron retoques más o menos acentuados.
Los problemas más serios vinieron de la música sagrada y de la lengua en la liturgia. El primero fue provocado por el presidente de la subcomisión de música, Mons. Angles, que no se armonizaba bien con las orientaciones de la secretaría general de la comisión. Y el segundo por la cosa en sí misma, aun mas difícil por todo lo que supuso más tarde la constitución apostólica Veterum sapientia, de «Juan XXIII», firmada solemnemente el 22 de febrero de 1962 sobre la misma tumba de san Pedro donde afirmaba que la lengua de la Liturgia Romana siempre sería el latín.
El Cardenal Gaetano Cicognani se resistió a firmar el texto definitivo de la Constitución Litúrgica Sacrosantum Concilium, firma necesaria para su presentación, lográndolo el Masón de Bugnini, provocando por esto la muerte del Venerable Cardenal, 5 días después de la firma, el 5 de febrero de 1962.
1. Sacrosanctum Concilium – la constitución sobre la sagrada liturgia
La constitución Sacrosanctum Concilioum sobre la sagrada liturgia fue la responsable de los increíbles cambios en la Misa y en los Sacramentos. Aunque esta es la primera Constitución que se debatió en la primera sesión del «CVII», bajo Roncalli. Estos increíbles cambios son aplicados, una vez «aprobada» por Montini, durante y una vez finalizado el «CVII» que daría lugar a “La revolución litúrgica”. Lo que comenzó con la Sacrosantum Concilium lo culmino Montini con la desaparición de la Santa Misa Romana Tradicional y la creación de su «misa» normativa
«Pablo VI» apenas cincuenta días después de la aprobación de la Sacrosanctum Concilium, el 25 de enero de 1964 (jornada final del Octavario para la Unidad de los Cristianos), publica el Motu Proprio «Sacram Liturgiam» que pone en práctica ciertas disposiciones de la Constitución y anuncia la creación de una Comisión especial encargada de poner en aplicación esta Constitución. En el Motu Proprio, entre otras cosas, se anunciaba que el Ordinario de la Misa se podría rezar en lengua vernácula, (menos el Prefacio y el Canon Romano),
El 29 de febrero de 1964, el Papa crea el “Consilium ad exsequendam Constitutionem de Sacra Liturgia”; confía sus puestos a los más avanzados del «Movimiento Litúrgico», como a Dom Botte (que fue el encargado de la revisión del primer tomo del Pontifical, y a él le debemos, en gran parte por lo menos, la desaparición de la Prima Clerical Tonsura y las Ordenes Menores, Subdiaconado, así como el Nuevo e invalido Ritual de las Ordenaciones Sacerdotales y Episcopales al igual que el Rito de la Confirmación y Extremaunción), Monseñor Wagner, director del Instituto Litúrgico de Tréveris, fue el relator del grupo encargado de la reforma de la Misa cuyos miembros eran los Padres Jungmann, Gy y Bouyer, Dom Cipriano Vagaggini, Monseñor Journel.
Además, de la presencia de seis observadores protestantes, que tendrán activa participación en la reforma del Ordo Missæ, pues como reconociera Monseñor Baum (integrante de la Conferencia episcopal de EE.UU.):
«No están simplemente ahí como observadores, sino también como consultores; y participan plenamente en las discusiones sobre la renovación litúrgica católica”.
El objetivo principal del Consilium fue establecido por el mismo Pablo VI:
“Hacer la liturgia más pura, más genuina, más próxima a sus fuentes de verdad y de gracia, más apta para ser patrimonio espiritual del pueblo” (Alocución de «Pablo VI» en la clausura de la segunda sesión del conciliábulo, miércoles 4 de diciembre de 1964.
De tales errores (arqueologismo, comunitarismo, preocupación excluyente por la “inteligibilidad” de los ritos), planteados como principios rectores y como meta de las reformas, sólo podían surgir frutos venenosos…Bugnini, maestro consumado en estos menesteres, ha expuesto el método que seguirían los reformadores: “… para que el paso de lo viejo a lo nuevo ocurra sin solución de continuidad, sin repentinos contrastes o perjudiciales retrocesos, sino por medio de una gradual y natural evolución, hasta su perfecta restauración».
«Pablo VI» intervendrá personalmente el 20 de octubre del 1964 y el 7 de enero de 1965 para sostener y defender al Consilium entonces en conflicto con la Sagrada Congregación de Ritos. Apenas obtenido ese apoyo, el Padre Bugnini declaró en el Osservatore Romano del 19 de marzo de 1965:
“La oración de la Iglesia no debe ser un motivo de malestar espiritual para nadie”; y que “es preciso apartar toda piedra que pudiera constituir, aunque solo fuera la sombra de un riesgo de estorbo o de disgusto para nuestros hermanos separados”.
Toda la acción del Consilium se basará sobre los principios erróneos, que ya hemos ido señalando:
— 1°) El regreso a las fuentes, el arcaísmo o arqueologismo condenado por Pío XII en Mediator Dei: «romper la Tradición viviente para reconstruir artificialmente estructuras muertas».
— 2°) La desacralización, consecuencia forzosa de ese primitivismo artificial, que en vez de revalorizar lo sagrado, conduce hacia lo profano.
— 3°) La obsesiva preocupación por la “inteligibilidad” de los ritos, que lleva implícito el desprecio hacia la capacidad intelectual de las generaciones anteriores y que, bajo la apariencia de exaltar la comprensión, lleva irremisiblemente hacia una simplificación tal, que parece considerar a los fieles católicos como una generación de retardados, … Lo cual han conseguido gestar, sin lugar a dudas.
— 4°) El comunitarismo, es decir, la alteración y sobrevaloración de la importancia de la comunidad, y que en realidad es más el culto de las masas, propio del comunismo, que un verdadero espíritu comunitario.
— 5°) El activismo, las manifestaciones meramente físicas de la participación en los ritos, convertidas en lo único importante, en el único signo por el cual se valora la “espiritualidad” de una comunidad.
— 6°) Todos estos errores confluyen en uno solo: la substitución progresiva del culto de Dios por el culto del hombre.
Las tareas del Consilium comenzaron inmediatamente. La primera reunión plenaria, realizada sólo once días después de su creación efectiva, fijó los objetivos inmediatos:
— a) Elaborar una Instrucción para especificar el Motu proprio Sacram Liturgiam respecto de las tareas de las Conferencias Episcopales en materia litúrgica.
— b) Constituir grupos de estudios para cada rito o para cada reforma proyectada.
— c) Proporcionar a esos grupos una selecta bibliografía recopilada por los monjes de la abadía benedictina de Mont-César (Lovaina).
— d) Iniciar de inmediato la revisión del Salterio y la elaboración de un rito de concelebración (esta tarea fue cumplida con tanta rapidez y entusiasmo que en poco menos de un mes ya se había realizado la primera concelebración “ad experimentun”).
En la segunda reunión, al mes siguiente, el Consilium podía ya presentar la primera redacción de varios documentos reformadores y rompedores con la Tradición. De allí en adelante, esta “restauración” litúrgica continuará a ritmo acelerado. ¿Cómo explicar un trabajo tan veloz y prolífico?
No ciertamente por un milagro de espontaneidad y esfuerzo, sino más simplemente: son los frutos largamente madurados del Movimiento Litúrgico desviado, son documentos que muchos años antes ya habían sido pensados y planeados hasta en sus más mínimos detalles.
El 25 de abril de 1964 un decreto de la Sagrada Congregación de Ritos cambió la fórmula usada en la distribución de la Sagrada Comunión: el sacerdote ahora diría Corpus Christi y el comulgante respondería Amen.
El 21 de noviembre de 1964 fue reservado a la reducción del ayuno eucarístico a solo una hora anunciado en Attentis multarum.
La primera Instrucción: «Inter Œcumenici» Presentada a Pablo VI el 26 de junio, fue publicada el 26 de septiembre de 1964 y entró en vigor el 7 de marzo de 1965. Este Ordo constituye el texto revisado del ordinario de la misa y de los tratados Ritus servandus in celebratione Missae y De deffectibus in celebratione Missae occurrentibus, contenidos en la edición típica de 1960 de «Juan XXIII».
(Es el primer cambio del Ordo Missae en contra de lo que el Papa San Pío V, define en la Bula Quo primum tempore, del 14 de julio de 1570: “Pues bien: a fin de que todos abracen y observen en todas partes lo que les ha sido transmitido por la sacrosanta Iglesia Romana, madre y maestra de las demás Iglesias, en adelante y por la perpetuidad de los tiempos futuros, prohibimos que se cante o se recite otras fórmulas que aquellas conformes al misal editado por Nos,…determinamos que este misal nada se le añada, quite o cambie en ningún momento y en esta forma Nos lo decretamos y lo ordenamos a perpetuidad … Así pues, que absolutamente a ninguno de los hombres le sea lícito quebrantar ni ir, por temeraria audacia, contra esta página de Nuestro permiso, estatuto, orden, mandato, precepto, concesión, indulto, declaración, voluntad, decreto y prohibición. Si a pesar de ello, alguien se permitiese una tal alteración, sepa que incurre en la indignación de Dios todopoderoso y de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo”).
El mismo día en que entraba en vigor el Decreto «Inter Oecumeneci», el primero en ponerlo en práctica fué Montini, cuando, por primera vez, un «Papa» celebró la Misa, no en latín, sino en italiano, (excepto el Canon y Prefacio), en una mesa de madera mirando a los fieles en la Parroquia de Todos los Santos de Roma. En esa «misa», el «Pontífice» dijo durante la homilía:
“Se inaugura hoy la nueva forma de la Liturgia en todas las parroquias e iglesias del mundo, para todas las misas en las que participa el pueblo. Es un gran acontecimiento que se recordará como principio de abundante vida espiritual, como un compromiso nuevo para corresponder al gran diálogo entre Dios y el hombre”.
Ese Decreto basa todas sus disposiciones en:
— 1°) Promover la activa participación de los fieles en la liturgia.
— 2°) Preocupación obsesiva por el aspecto pastoral-didáctico de la liturgia. Las reformas que sancionó son de gran importancia y de gravísimas consecuencias:
— a) Respecto a la regulación en materia litúrgica, la Sede Romana y los Obispos comparten sus poderes en esta materia con la Conferencia Episcopal: Roma se reserva lo que se refiere a la Iglesia universal y a la aprobación de las decisiones episcopales, pero se muestra dispuesta a acceder a las propuestas y requerimientos de las diversas Conferencias Episcopales. Por su parte, cada Obispo, en su diócesis, debe actuar en total acuerdo con Roma y con la Conferencia Episcopal de su país. La Conferencia Episcopal deberá elegir una Comisión litúrgica que se ocupará de los estudios y experimentos litúrgicos y favorecerá las iniciativas prácticas. En síntesis: en cada nación, todo el poder en materia litúrgica quedará, de hecho, en manos de la Conferencia Episcopal.
— b) Respecto al Ordo Missæ: Establece las primeras alteraciones de importancia:
– En aras del “comunitarismo”, de la “inteligibilidad” y del “espíritu de los tiempos”,
Se suprime el Salmo 42, último Evangelio, Preces Leoninas, se introduce la oración de los fieles, procesión de las ofrendas, el Per Ipsun se reza o canta en voz alta. El padrenuestro se reza en voz alta, Sacerdote y fieles juntos.
Conjuntamente el 6 de abril de 1965 salió el Decreto Ecclesiae semper, Decreto sobre la Concelebración y la Comunión bajo las dos especies. Este Decreto explica que los expertos en liturgia respondían al pedido de extender la práctica de la concelebración, y que un rito nuevo había sido ratificado de forma unánime por el Consilium, con un máximo de 25 concelebrantes.
El 27 de abril de 1965 la Santa Sede autorizó la lengua vernácula en el Prefacio. Esto dejó al Canon como la única parte de la Misa que debía decirse en latín y soto voce.
EL 25 de septiembre de 1965, la Carta Impetrada Prius formalizó la práctica de reemplazar la Misa obligatoria del domingo por la celebrada en la noche del sábado.
– Asimismo, el celebrante ya no puede rezar privadamente las partes que reza o canta los Ministros Sagrados, comunidad o el coro.
(De esta forma se intenta que las acciones litúrgicas durante la Santa Misa, no sean realizadas, doblándolas el Sacerdote, dándoles poder de acción, ya que este es el único que actua In Persona Christi y ex opere operato renueva el Sacrificio del Calvario de modo incruento, e intentan que su función se diluya con la de la asamblea).
– Se autoriza el uso de la lengua vernácula en todos los ritos salvo en el Canon de la Misa. La traducción de los textos litúrgicos deb hacerse sobre el latín, como así también las de los textos bíblicos; pero…, dicha versión también puede revisarse sobre las lenguas originales o sobre una versión más clara. En otras palabras, que se puede utilizar la versión que se quiera…
(La supresión del latín de la liturgia contradice en primer lugar al Concilio de Trento sobre dicha materia que ordenaba: continuar con la “Lingua latinae usus in ritibus latinis servetur”. Sin embargo, dicho uso se restringió desde el principio a la recitación del Canon, y fue luego totalmente abrogado con la vulgarización integral de la Misa. Contradice la Mediator Dei de Pío XII, que reafirmaba “las serias razones de la Iglesia para conservar firmemente la obligación incondicionada para el celebrante de usar en todos los ritos en la lengua latina”. Hacia el año 250 de la fundación de la Iglesia, la Misa se decía en Latín en la mayor parte del mundo Romano. Incluyendo las ciudades del Norte de África y de Italia, como Milán. La Iglesia en el Imperio Occidental adoptó el latín en la Misa alrededor del año 180 del Cristianismo. El Latín dejó de ser lengua vernácula hacia los Siglos VII y IX; sin embargo, la Misa siguió rezándose en Latín porque mucha de su Liturgia ya había sido creada en esa lengua. Los Santos Padres de la Iglesia, por entonces, no vieron razón alguna para adoptar las nuevas lenguas vernáculas que estaban en desarrollo al rededor del mundo conocido. Este fue un medio providencial; por que el latín, aunque lengua muerta, sirvió como medio de comunicación en la Iglesia y a través de los Siglos. Sin duda era este el medio por el cual, Dios prometiera en el santo Evangelio, que estaría con nosotros hasta el fin de los tiempos; esto es parte del Plan de Dios para preservar a su Iglesia hasta el final).
— c) Respecto al Oficio: Extiende la facultad de dispensa, no sólo al Obispo sino también a los Superiores religiosos. El rezo coral debe efectuarse en latín, pero privadamente se puede autorizar el vernáculo para aquellos en que “el uso del latín constituye una seria dificultad para cumplir la obligación de rezar el Oficio.
– La genuflexión del celebrante ante las especies consagradas sólo debe efectuarse después de la elevación y del Amen del pueblo. En esta reforma se ve claramente la influencia de los observadores protestantes, para quienes la presencia “real” (espiritual) de Cristo sólo se opera por la fe del pueblo, no por la propria virtud de las palabras consagratorias, que hacen que la presencia sea verdadera, real y substancial.
— d) Respecto al ordenamiento del santuario, vemos dos reformas fundamentales:
– El altar debe estar cara al pueblo (pero el documento, al analizar las reformas que se introducen en el Ordo Missæ, no aclara que la Misa se celebrará ahora de cara al pueblo…).
– El Tabernáculo puede estar en el altar o fuera de él (pero en un altar de frente a los fieles, el Tabernáculo es un estorbo, de modo que se logrará que de hecho esté siempre fuera del altar).
En resumen, fueron muchas las rúbricas de la Santa Misa las que fueron suprimidas o modificadas (curiosamente esta reforma del Ordo Misae es idéntica a la Reforma del Ordo de la Semana Santa, reformada por Pio XII, (donde en 1951 se suprime el Salmo 42, último Evangelio, Preces Leoninas), por supuesto Bugnini participó en ella).
Y por primera vez, se confiaron poderes litúrgicos a las recién creadas Conferencias Episcopales.
(En contra de la enseñanza constante del magisterio, que ha reservado siempre para el Sumo Pontífice toda competencia en tal materia, y ha sido siempre hostil a cualquier innovación en el campo litúrgico; cf. Gregorio XVI, Inter gravissimas, 3 de febrero de 1832, en La Liturgia, ed. Paoline, nº 130).
La segunda Instrucción: «Tres abhinc annos», Publicada el 4 de mayo de 1967, finalizado el «CVII» plantea como objetivos una mayor participación de los fieles y la “inteligibilidad” de los ritos.
En estas últimas reformas que se introducen, el rito de la Misa acaba en un híbrido tan extraño, que hace aparecer como necesaria la formulación del Novus Ordo Missae.
Las reformas principales se refieren al Ordo Missæ. Según el sepulturero de la Misa, el inefable Bugnini estas variaciones introducidas en el Ordo eran sin importancia; “se refieren, por lo general, a ceremonias que reclaman una mayor agilidad, debido a que la celebración en lengua vernácula y, frecuentemente, frente a la asamblea, hace que algunos gestos resulten anacrónicos y superfluos y que, por lo tanto, sobre todo en algunos ambientes, donde ha aumentado el interés por la liturgia, provoquen incomprensión y fastidio” (cfr. L’Osservatore Romano, edición en español, N° 754, pág. 6).
Agilidad… Gestos actuales… Comprensión… Entretenimiento… Dichas reformas son:
— 1ª) Permite que el Canon de la Misa sea recitado, no sólo en lengua vulgar, sino también en voz alta. Reforma ésta que fuera preparada por el rito de concelebración anteriormente aceptado por Pablo VI, y en el cual se establecía que los concelebrantes lo rezarsen en voz alta.
— 2ª) Suprime y reduce a la mínima expresión todos los gestos que significan adoración a la presencia real: genuflexiones, bendiciones, ósculos, signos de cruz, unión de los dedos después la Consagración hasta las abluciones. Estas alteraciones, como se ve, acentúan aún más el sentido protestante que se le quiere dar a la Misa:
– con el Canon en voz alta, y todo recitado como una narración, la Consagración se convierte en el relato de la Cena y ya no en la renovación del Santo Sacrificio de la Misa.
– con la supresión de los gestos de adoración, la presencia de Cristo podría parecer ya no es verdadera, real y substancial bajo las especies, sino sólo espiritual en la comunidad.
No queda ya más que un solo paso: rehacer todo el Ordo Missæ para adaptarlo a las “necesidades de nuestros tiempos” … La revolución se radicalizaba más y más… Esta Instrucción general fue la segunda para aplicar debidamente la Constitución Sacrosanctum Concilium. Destaquemos el adverbio “debidamente” … Ellos sabían lo que querían hacer… y lo hacían… Pero esto no bastaba a los innovadores… Lo que quedaba de católico a la «Misa», incluso mutilada y reformada, seguía siendo un obstáculo para el ecumenismo, para ese cristianismo universal tan deseado.
El Cardenal Lercaro y el Padre Bugnini no habían perdido el tiempo desde el Concilio; antes bien, en tres años habían logrado poner a punto una nueva liturgia de la Misa, conforme en todos los puntos a las desiderata por el Movimiento litúrgico-ecuménico.
La quintaesencia de la herejía antilitúrgica iba a ver el día.
Pablo VI introdujo a la fuerza la “misa normativa”
Se bautizó a ese nuevo engendro bastardo como «misa» normativa, y se presentó ante los Obispos reunidos en Roma en Sínodo, el 24 de octubre de 1967, donde fue celebrada por el mismo Bugnini, su progenitor. En esta “misa”: – se suprimían el Kyrie, el Gloria, Ofertorio.
– Se suprime el Ofertorio de la Misa -que tan admirablemente expresaba la noción de sacrificio y de propiciación- y en su lugar se han puesto unas plegarias israelitas extraídas de la Kábala de los judíos, que se limitan a un mero intercambio dé dones entre Dios y el hombre, borrando el sentido de la oblación. Estas plegarias se usan, hoy en día, en las comunidades judías para bendecir los alimentos. Por tanto falta uno de los tres elelementos fundamentales para que la Misa sea un Sacrificio, (Ofertorio: ofrecimiento de la Víctima)
Cc. de Trento, Sess. 22a., Doctrina de ss. Missae sacrificio, c. 2: DS 1743) “Y puesto que en este divino sacrificio que se realiza en la Misa, se ofrece por el Sacerdote en el Ofertorio a la Víctima por nuestros pecados, se inmola en la Consagración incruentamente el mismo Cristo que en el altar de la cruz “se ofreció a sí mismo una vez de modo cruento”; y se destruye en la Sagrada Comunión …este sacrificio [es] verdaderamente propiciatorio.” «Si falta algunos de estos tres elementos, en el Rito de la Misa, no hay renovación incruenta del Santo Sacrificio de la Misa. Y sea anatema quien suprimiese algunos de los mismos.
– se transforma el Confiteor, dejando sólo ,uno, recitado por el celebrante y la asamblea juntos.
(Tal cambio tiende a imponer una sola identidad entre el Sacerdocio Ministerial del Celebrante, que actua «In Persona Christi», y el de los simples fieles, ya que tal confesión se hace sin distinción entre hermanos).
En la Sesión XIII, el Concilio de Trento dejó claro que la Renovación Incruenta del Santo Sacrificio de la Misa es llevada a cabo única y exclusivamente por el Sacerdote actuando «In Persona Cristi ex opere operato»
– se suprimía todo lo que hiciera referencia a la ofrenda personal del sacerdote, reemplazándolo por el ofrecimiento comunitario.
– se proponían cuatro cánones distintos, a elección.
( «¿Y quién se atreverá a no reconocer el origen apostólico del Canon Romano de la Misa tal cual lo conocemos hoy?», se pregunta dom Guéranger. Los Apóstoles no podían dejar sujeta a variación y arbitrio esta parte principal de la sagrada Liturgia. «Es de la tradición apostólica -dice el papa Vigilio en su carta a Profuturo- que recibimos el texto de la oración del Canon de los Apostoles»). 1756 Dz 953 Can. 6. Si alguno dijere que el canon de la Misa no es el único y de Origen Apostolico y que contiene error, por tanto, debe ser abrogado, sea anatema [cf. 942].
– Se modificaban e invierten las palabras de la Consagración.
(Papa Eugenio IV, Concilio de Florencia, Cantate Domino, 1439: “… la Iglesia romana, fundada en la autoridad y doctrina de los Apóstoles Pedro y Pablo. … En la consagración del cuerpo, usa de esta forma de palabras; ÉSTE ES MI CUERPO; y en la de la sangre: PORQUE ÉSTE ES EL CÁLIZ DE MI SANGRE, DEL NUEVO Y ETERNO TESTAMENTO, MISTERIO DE FE, QUE POR VOSOTROS Y POR MUCHOS SERÁ DERRAMADA EN REMISIÓN DE LOS PECADOS”. En el decreto De defectibus de San Pío V, encontramos repetidas las mismas palabras: Papa San Pío V, De defectibus, capítulo 5, 1 parte: “Las palabras para la consagración, que son la FORMA para este Sacramento, son estas: ÉSTE ES MI CUERPO; y: PORQUE ÉSTE ES EL CÁLIZ DE MI SANGRE, DEL NUEVO Y ETERNO TESTAMENTO, MISTERIO DE FE, QUE POR VOSOTROS Y POR MUCHOS SERÁ DERRAMADA EN REMISIÓN DE LOS PECADOS”. Ahora bien, si alguien quitase, o alterase algo de la FORMA de la consagración del cuerpo y la sangre, en el Rito de la Consagración, no habría transubstanciación.
– se utilizaba solamente la lengua vernácula.
– se permite el rezo coral e individual del nuevo breviario en lengua vernácula.
Concordia para destruir la Santa Misa.
He aquí el relato que el Courrier de Roma dijo del acontecimiento: “estreno en la capilla Sixtina»: es de la «misa» normativa, montada por el estudio de la comisión de Mons. Lercaro y Bugnini, de la que queremos hablar. Por una delicada atención, los productores, antes de someter su invento al voto del Sínodo, habían querido ejecutar ante ellos una representación general.
Había que “probar”’. Antes de actuar, se había explicado a los ciento ochenta y tres prelados que se tenían que imaginar haciendo el papel de los parroquianos asistiendo a la nueva «misa», activa, consciente, comunitaria, simplificada.
Seis seminaristas harían la schola cantorum, un lector leería las dos lecturas, y el padre Aníbal Bugnini se esforzaría por celebrar y pronunciar la homilía.
Esta “misa» Normativa” estaría llamada a reemplazar aquella que San Gregorio Magno, Santo Tomás de Aquino, San Felipe Neri, Bossuet, el cura de Ars, celebraron sin sospechar jamás que celebraban una misa pasiva, inconsciente, individualista y complicada.
Puesta a votación, el 27 de octubre de 1967, obtuvo un relativo fracaso. Los Obispos rechazaron esta misa: Placet, 71; Non Placet, 43; Placet juxta modum, 62; Abstenciones, 4. El relativo fracaso de la «misa» Normativa no desanimó al Consilium.
A lo largo de tres días, el Consilium celebró tres versiones de la nueva «misa» Normativa ante el Papa, utilizando distintas oraciones eucarísticas y diferentes “modos de celebración”. Esta nueva versión de la misa añadió el “signo de la Paz”, que no se había utilizado cuando se presentó la «misa» ante el sínodo de los Obispos.
En 1968 se publicaron tres nuevos cánones o plegarias eucarísticas, compuestas a petición de Pablo VI. De éstas, la más usada por los modernistas (en realidad, usada casi de modo exclusivo) es la que se supone reproducir o adaptar falsamente la anáfora de San Hipólito.
Lo que hoy se nos presenta como Plegaria de la Tradición Apostólica, Canon de San Hipólito o se denomina con otras variantes semejantes, procede de un texto que fue publicado en 1946 por Dom Bernardo Botte, OSB pero en realidad se trata de la reconstrucción ideal, de una hipótesis cuyo editor presentó, prudentemente, bajo el epígrafe: “Essai de reconstitution”. Se trata por tanto de la reconstrucción de una plegaria escrita probablemente en griego pero de la que solamente nos han llegado traducciones incorporadas a otros documentos sin que resulte fácil distinguir las citas y las adaptaciones. Dom Botte supuso la existencia de un arquetipo, de fondo común a todos estos documentos, lo armonizó y lo denominó “Tradición apostólica”.
Nada más que la definición de la «misa» Normativa, es heretíca, aunque después de que entrara en vigor cambiaron algunas palabras, gracias al examen crítico del Octtaviani, aunque tampoco supuso un gran cambio.
Definición oficial en latín: Cena dominica sive Missa est sacra synaxis seu congregatio populi Dei in unum convenientis, sacerdote præside, ad memoriale Domini celebrandum. Quare de sanctæ Ecclesiæ locali congregatione eminenter valet promissio Christi: “Ubi sunt duo vel tres congregati in nomine meo, ibi sum in medio eorum” (Mt. 18, 20). (Institutio Generalis, §7,)
Traducción oficial al español: «La Cena del Señor, o Misa, es la sacra synaxis, o asamblea del pueblo de Dios reunido bajo la presidencia del sacerdote para celebrar el memorial del Señor». (Mar. 18, 20).
(Gregorio XVI en Mirari Vos (1832): decretó «que si un sacerdote tiene la intención de ofrecer un “memorial” en lugar de un Sacrifico de propiciación, su intención es inválida». Por tanto sea anatema).
(En Apostolicae Curae, el Papa León XIII enseñó y decretó como herético lo siguiente: “…si el rito [en este caso, de la Misa y la Sagrada Eucaristía] se cambia, con la manifiesta intención de introducir otro rito no aprobado por la Iglesia y de rechazar lo que la Iglesia hace, y lo que por institución de Cristo pertenece a la naturaleza del Sacramento, es entonces claro que no solamente falta la intención necesaria al sacramento, sino que la intención es adversa y destructiva del Sacramento”. Por tanto sea anatema).
«Pablo VI» impondrá su «autoridad», (La intención del «Pontifice» respecto a lo que comúnmente se denomina la «misa» Normativa y Sacramentos, era reformar la liturgia católica de modo que casi coincidiese con la liturgia protestante, más bien con el servicio anglicano llamado»Libro de Oraciones Común » de Thomas Cranmer de 1552).»Pablo VI» introdujo a la fuerza la “misa» Normativa con sólo pequeñas modificaciones, publicando, el 3 de abril de 1969, la Constitución Missale Romanun que debiera entrar en vigor el 30 de noviembre de 1969.
De un plumazo el Concilio intenta que desaparezca de la Liturgia Romana 2000 años de historia.
La Misa Tradicional Romana contiene 1182 oraciones. Cerca de 760 (64%) de ellas fueron eliminadas completamente en la nueva misa. Del 36% de lo que se mantuvo, los revisores alteraron más de la mitad antes de introducirlas en el nuevo misal. Por lo tanto, de las 1182 oraciones sólo 201 (el 17%) de la Misa Tradicional se mantuvieron intactas en la nueva «misa».
En la nueva «misa» no se conserva la noción de sacrificio, ( claro no lo es) pues el ofertorio es ahora reducido a un cambio de presentes entre Dios y el hombre: Bendito seas, Dios del universo, que nos das este pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre. En la Misa Católica, en el ofertorio, el Sacrificio es preparado, anunciado, y ofrecido por anticipación. De las nueve oraciones del Ofertorio de la Misa Tradicional no queda ninguna. Las oraciones eliminadas del ofertorio son las mismas que eliminaron los herejes protestantes Martín Lutero y Thomas Cranmer.
Tomemos la parte esencial de la Misa, la Consagración. En la Santa Misa católica, las palabras de consagración son pronunciadas de manera imperativa, con el tono de alguien que cumple una obra personal; los caracteres están escritos con letra de imprenta diferentes para subrayar este momento culmen.
Por ejemplo, es imposible no notar la abolición y/o la alteración de las palabras y de los gestos del Rito Romano por los cuales se expresa la fe en la Presencia real. En efecto, el novus ordo missæ elimina:
a) las genuflexiones. De diez o quince (según haya o no comunión de los fieles), sólo quedan tres por parte del sacerdote y una por parte del pueblo durante el Canon (y ésta única, sometida a muchas excepciones).
b) la preservación de los dedos pulgar e índice de cualquier contacto profano después de la Consagración.
c) las abluciones o purificación de esos mismos dedos del sacerdote en el cáliz.
d) la purificación de los vasos sagrados, que no se manda hacer necesariamente de inmediato después de la asunción del cáliz, ni sobre el mismo corporal.
e) la palia, con la cual se protegía la Preciosísima Sangre de Cristo en el cáliz;
f) el dorado interior de los vasos sagrados.
g) la consagración del altar fijo.
h) el Ara Sagrada en el altar móvil, e incluso sobre la mesa cada vez que la celebración se realice en lugares no sacros. Admitida esta excepción, queda abierto el camino para las “cenas eucarísticas” en casas privadas sobre cualquier mesa.
i) los tres manteles del altar, de los cuales ahora sólo se prescribe uno.
j) la acción de gracias, que debía hacerse de rodillas, y a la que substituye una torpe acción de gracias del sacerdote y de los fieles sentados; añádase que la «Comunión» se recibe irreverentemente por los fieles de pie.
k) finalmente, las santas prescripciones antiguas para el caso de la Hostia consagrada caída en tierra, que se reducen mezquinamente a sólo esto: “tómese reverentemente la Hostia” (reverenter accipiatur, artículo 239). Todas estas cosas juntas, con su repetición, manifiestan y confirman injuriosamente la implícita negación de la Fe en el augustísimo dogma de la Presencia Verdadera, Real y Substancial de Jesucristo en la Sagrada Eucaristía… Entrando ya en los detalles, un estudio somero y rápido de los ritos del novus ordo missæ revela tres características principales:
1ª) Un relajamiento general de la liturgia.
2ª) La desnaturalización del Ofertorio.
3ª) Los ataques contra el Canon Romano.
No cabe duda: la nueva misa destruye el Rito Romano. Este Ritual, que el Sacerdote celebrante tiene que seguir, muestra la excelencia de la Misa. Él hace genuflexiones, se inclina profundamente, hace la señal de la Cruz, extiende sus brazos, junta las manos ante su pecho… Es la ejecución y observancia exacta de cada rúbrica prescrita la que da dignidad a la celebración. La Misa Latina Romana está repleta de rúbricas y ceremonias hermosas y significativas, cuyo número, variedad y repetición conservan la dignidad y magnifican el esplendor del acto que rinde mayor gloria y adoración a Dios. Todo este Ritual tiene un significado místico y contribuye a la ejecución apropiada y reverente de este acto santo y sublime. Por eso podemos afirmar que los fieles tienen una deuda no pequeña de agradecimiento al Sacerdote que está obligado a observar reglas tan estrictas mientras ofrece el Santo Sacrificio para ellos. Siguiendo al Padre de Cochem, en su Explicación de la Santa Misa, y a otros autores, podemos enumerar las obligaciones del sacerdote al celebrar el Santo Sacrificio según el ritual de la Misa católica:
— Hace dieciséis veces la señal de la Cruz sobre sí mismo. — Se torna hacia el pueblo seis veces. — Besa el altar ocho veces. — Eleva los ojos hacia el cielo once veces. — Diez veces se golpea el pecho. — Diez veces hace la genuflexión. — Une las manos cincuenta y cuatro veces. — Hace seis inclinaciones profundas de cuerpo. — Hace ocho inclinaciones medianas de cuerpo. — Hace veintiocho inclinaciones de cabeza (profundas, medianas o sencillas, según lo indiquen las rúbricas). — Bendice las ofrendas con la señal de la Cruz treinta y tres veces. — Posa sus dos manos veintinueve veces sobre el altar; las coloca juntas siete veces; nueve veces posa su mano izquierda a plano y once veces la pone sobre su pecho. — Catorce veces reza con los brazos extendidos, treinta y seis veces juntando las manos y ocho veces levanta ambas manos al cielo. — Once veces reza en voz baja y trece veces en voz alta. — Descubre el cáliz diez veces. — Cambia de lugar veinte veces. Además de estas trescientas cincuenta y ocho ceremonias, el sacerdote debe observar otras ciento cincuenta; en total quinientas ocho. Únanse a estas ceremonias las cuatrocientas rúbricas prescritas, y se encontrará que el sacerdote que celebra la Santa Misa según el Rito católico está obligado, bajo pena de pecado, a novecientas ocho obligaciones. Cada uno de estos puntos tiene su significado espiritual y cada uno tiende a hacer cumplir digna y piadosamente el Santo Sacrificio. Debido a esto, el Papa San Pío V ordenó formalmente que todos, cardenales, arzobispos, obispos, prelados y simples sacerdotes, recen la Misa de esta manera, sin cambiar nada, sin quitar ni agregar una coma.
Quién desee más información al respecto tenga la amabilidad de escribir al correo electrónico de la Secretaría General de la Pía Unión: secret@piauniosanctipauliapostoli.com o si lo desea llame al número de teléfono de la misma secretaría (+34) 680 813 101 (+34) 667 345 305 , preferiblemente vídeollamada. Les atenderá el encargado de los medios de comunicación de la Pía Unión.